El concepto de masa como multitud indiferenciada donde lo individual tendía a perderse en el grupo,
apareció
tras
la revolución francesa, cuando el “pueblo” pasó a ser protagonista; pero fue a finales del XIX cuando culminó el proceso.
Los obreros de las fábricas caracterizan la nueva época, la producción en serie era la
exigencia y lo que favoreció que
el
mercado pasara a
ser protagonista, y
el consumo parte importante de las nuevas sociedades; a su lado caminaba la exigencia de progresiva
mecanización y racionalización de la producción; en 1911 Frederick W. Taylor escribió
sobre la organización científica del
trabajo que garantizaba mayor productividad,
aplicándose su técnica sobre todo después de la Primera Guerra Mundial (taylorismo). Entre 1896 y 1913 se produjo el desarrollo generalizado de la producción en casi todos
los sectores, que
llegó incluso a los países “recién
llegados”, como Rusia
e Italia.
Pero la sociedad de masas no es sinónimo de sociedad democrática, pues el método plebiscitario, es decir, acudir a la consulta masiva y directa fue método del Segundo
Imperio francés y de la Alemania bismarckiana; también en el XX hubo regímenes de
masas que no fueron democráticos, como los totalitarismos fascista y nacionalsocialista
y el
comunismo. Lo que sí es cierto es que en este cambio de siglo la sociedad de masas
fue
acompañada de una progresiva tendencia a la masiva participación política a través
de la extensión del derecho a voto.
A la época entre 1885 y 1914 se la conoció también como “la era de la sinrazón”, la de la crisis del positivismo (en España se había recibido tarde el positivismo, irrumpió en 1875
de
mano de José de Perojo, Luis Simarro y Manuel Revilla entre otros, y lo hizo de la
mano del darwinismo y seguido del naturalismo); se había entrado en la
crisis científica y
de
pensamiento. En 1901 Freud publicó La interpretación de los sueños, prestando
atención a los motivos no racionales de la conducta humana (Sorel lo manifestó como
pensador político y Vilfredo Pareto como sociólogo), y Ernst Jung iniciaba sus trabajo, mientras Einstein
publicaba su
primer documento científico sobre la relatividad en
1905.
Darwin había establecido la selección natural. O sea que la ciencia tenía alto prestigio
porque casi cada año tenía lugar algún
fenómeno relevante: la luz, el automóvil, etc. Pero la visión del mundo ligada a una idea de progreso constante entró en decadencia y el
método positivista ya sólo sirvió para la investigación
científica, no como sistema de valores, porque se acabó la confianza ilimitada.
En el campo filosófico, Nietzsche declaró que “Dios ha muerto” (además de oponer al
progreso lineal la idea del eterno retorno), entrando en crisis también la religión; Freud era
ateo y el darwinismo había hecho su parte frente a la ortodoxia religiosa. Los grandes
científicos, como Einstein, perdieron la fe religiosa, pero se entiende que fue el estudio
comparado de las religiones, el análisis histórico de los textos religiosos basándose en el
método crítico
en vigor en la historiografía
alemana,
lo que
más influyó en esta
tendencia.
Entre 1890 y 1914 se produjo el desarrollo de la sociología, como una consecuencia
natural
de
la llegada de la sociedad de masas y de los cambios vertiginosos que se
estaban produciendo. Los pioneros fueron Comte, Marx y Spencer
y la generación que les
siguió fue la que llegó a la madurez, con Emile Durkheim y Max Weber principalmente: Weber continuó la tarea de Marx y Durkheim sucedió a Comte. El estudio científico de la sociedad se asimiló en muchos
casos al análisis político. Weber estudió la autoridad
política, Michels los partidos políticos, Durkheim analizó la relación entre individuos y
comunidad en un marco industrial urbano cada vez más complejo: el término que
introdujo fue “anomia”, que venía a significar desarraigo, desasosiego por falta de una guía reconocida en una
gran sociedad que
vino a sustituir a las comunidades tradicionales fuertemente
integradas. La política pasaba de
la fase
de construcción constitucional, de la “abstracción” como dijo Wallas a la problemática social, a hacer
encajar la
sociedad surgida en esa construcción.
En Literatura la palabra clave en los setenta era “naturalismo” representado por Émile
Zola como la vía literaria del interés sociológico. En España fueron difusas las fronteras con el realismo, pues chocaba con las creencias religiosas; Emilia Pardo Bazán publicó en 1882-1883 La cuestión palpitante, que provocó un gran debate; en esa literatura se buscaron
los inframundos, la depravación, lo que más perturbaba a la cómoda clase
burguesa que prefería no ver otros ámbitos sociales; se basó en el darwinismo y en las
nuevas corrientes científicas en boga, y en ese sentido aparece como una historia social.
En arte surgió el simbolismo (1886), como alternativa a su
incapacidad de transformar la
realidad social. En
realidad el grueso se centraba en un ataque a la respetabilidad
victoriana, en un intento
de escandalizar a la burguesía. Nombres como Rimbaud, Gaugin, André Guide, Oscar Wilde, forman parte de este mundo. En España estaba
dando comienzo la edad de plata de la cultura y la ciencia española, siendo largo
enumerar los nombres relevantes
de la
generación
del
98 (Galdós, Baroja,
Azorín, Unamuno) a la que siguió la de 1914
(Ortega y Gasset, Francisco
Ayala, Gregorio
Marañón, Américo Castro, Ramón y Cajal); citemos en
música a Albéniz, Granados, Manuel de Falla o Turina.
Ésta fue la época también de la emergencia del feminismo; en
España con casi una única figura en Emilia Pardo Bazán. Se mostró la inferioridad jurídica, política y económica de la mujer. Todavía era un movimiento escaso y fragmentario, pero tenía sus antecedentes. En
EEUU, ya en 1848 se produjo el primer documento
colectivo:
la denominada
Declaración de Seneca Falls.
Así es que la primera lucha “feminista”
fue la búsqueda del
derecho
al voto, en movimiento sufragista. En Gran Bretaña lo inició Mary Wollstonecraft con A vindication
of
the Rights of Woman, en 1792, proponiendo que “ambos sexos debieran educarse juntos,
no sólo
en las
familias privadas sino también en las escuelas públicas”,
especialmente porque “el matrimonio es la base de la sociedad”, pedía ya que las mujeres
“se conviertan en ciudadanas
ilustradas, libres
y capaces
de ganar su
propia
subsistencia, e independientes de los hombres”. Entre los pensadores liberales británicos fue John Stuart Mill quien vindicó los derechos de las mujeres, en concreto el voto; llegó a presentar en 1866 una
demanda en el Parlamento en ese sentido, cuyo rechazo provocó que al año siguiente surgiera el primer grupo sufragista británica, la National
Society for
Woman’s Suffrage; en 1869 publicó junto con
su mujer, Harriet
Taylor Mill, El sometimiento de la mujer; libro que se editó en muchos países y provocó la expansión e internacionalización del movimiento sufragista. Y es que esta reivindicación era todavía
ajena al movimiento liberal y democrático del XIX. Fue tras la I Guerra Mundial cuando se fue extendiendo y generalizando este derecho, que se completó tras la II
Guerra.
1. LA DECADENCIA DE LOS PUEBLOS LATINOS
1870 es la fecha para la nueva cara de las relaciones económicas internacionales, es decir, de la transición del capitalismo de competencia al capitalismo monopolista. El
auge
de nacionalismo, con gran influencia del irracionalismo ambiente, es otro factor del espectacular
giro
de las relaciones internacionales.
Desde
el Congreso de Viena dominaron el escenario internacional cinco grandes potencias europeas: Austria, Prusia,
Rusia, Gran Bretaña y
Francia; pero
desde 1870 hasta 1914
fueron seis, pues se incorporó Italia recién formada
como reino, mientras Prusia se había convertido en el Imperio Alemán. A partir de entonces se habló de la Europa bismarckiana pues se hizo
evidente la hegemonía
germánica tanto
en economía,
cultura, política o relaciones internacionales.
En ese contexto es cuando surgió la idea de la decadencia de los pueblos latinos frente al
ascenso
de los anglosajones y germanos, como un proceso inevitable, casi científico, favorecido por
la
idea de raza tan
simplista como efectiva: la
derrota francesa ante Prusia en 1870 inició esa tendencia que se agudizó hacia el final de la centuria. En ese mismo
año se recogió esa idea en España por Cánovas, que lo expuso en el Ateneo. La crisis del
Ultimátum, a los italianos en 1896 con
el desastre de Adua y a los franceses con la crisis de Fashoda
en 1898.
2. DESARROLLO Y EXTENSIÓN DE LOS SISTEMAS REPRESENTATIVOS. LA III REPÚBLICA FRANCESA Y SU SIGNIFICADO HISTÓRICO
La Francia del último cuarto de siglo, tras el Imperio, introdujo en Europa el modelo de república dominante en el XX: la República
parlamentaria, heredera
del modelo
monárquico,
pues el
parlamentarismo
fue
el modo como se pudo estabilizar
la Monarquía constitucional, al establecer un segundo ejecutivo, elegible y responsable, por debajo del monárquico, permanente y no compatible con la
responsabilidad política.
Francia sufría un fuerte conflicto interno; en la capital se pensó que la caída del II Imperio
era la ocasión de comenzar un nuevo proceso revolucionario, pero las fuerzas conservadoras y moderadas dominaban en el resto del país y sólo aspiraban a firmar la
paz.
Se eligió una Asamblea Nacional que se reunió en Burdeos el 12 de febrero bajo la
presidencia de Thiers, que se estableció como jefe del poder ejecutivo, pasando en agosto a ser presidente provisional de la República hasta 1873, cuando le sucedió Mac-Mahon. Se consiguió bastante pronto la reconstrucción política, llegándose a la República desde una Asamblea Nacional mayoritariamente monárquica. No se restauró la monarquía a
causa
de la división entre los
legitimistas que querían reponer a los Borbones y los
orleanistas que querían al heredero de Luis Felipe; éstos pactaron con los republicanos moderados, llegándose así a la
República más por necesidad que por convicción.
El modelo republicano quedó aprobado en 1875 por una Constitución formada por tres leyes constitucionales. No se reprodujo el modelo republicano
constitucional,
el norteamericano presidencialista sino el heredado de la Monarquía, el parlamentario que estabilizó
la revolución, manteniendo
así la estructura
monárquica y cambiando únicamente el modo de llegar a la Jefatura de Estado; esto significó un Legislativo con doble Cámara, siendo la de los Diputados
elegida por sufragio universal masculino, mientras el Senado estaba compuesto por senadores vitalicios y senadores electivos,
hasta que
en 1879 se hizo totalmente electivo
tras
reformarse la
Constitución. El
Presidente de la República era el jefe del Poder Ejecutivo, como el Rey o el presidente americano,
pero
en este caso era nombrado por el Legislativo (como
el Gobierno), reunidas ambas Cámaras y por siete años, con amplios poderes teóricos, como el Rey; igual que éste no gobernaba, pues lo hacían sus ministros, que eran los responsables
políticos; él nombraba a los ministros que salían de la mayoría de las Cortes, como en
todo modelo
monárquico parlamentario; tenía capacidad de disolver las Cámaras y proponer
leyes, de indultar, era
jefe del Ejército; no estaba
sujeto a responsabilidad.
La primera etapa republicana se la conoce como “República conservadora”, y duró hasta
1879 cuando ya los republicanos llegaron a ser mayoría en las Cámaras y Mac-Mahon
dejó
de ser presidente,
sustituido por Jules
Grévy; fue
sustituida por la
llamada “República oportunista”, de gobiernos moderados, que algunos prolongan hasta 1885 y otros hasta 1898
(cuando comienza la fase radical); eran como el nexo entre el viejo
liberalismo y el
ideal
republicano;
fueron los
que negociaron,
pactaron,
fueron
posibilistas, al estilo del transformismo italiano o el turnismo español, en base a un
sistema clientelar. La República de los “oportunistas” fue sustituida por la República “de
los
republicanos” en 1885, pero que, dirigida por los progresistas, mantuvo el estilo del
pacto
hasta 1898,
favorecido
por
las
directrices
de León XIII en 1892
para
el acercamiento de los católicos (ralliement o reconciliación). Así, entre 1898 y 1918 se desarrolló la República radical (el tránsito del liberalismo a la democracia) con un recrudecimiento de la lucha anticlerical (gobiernos
Waldeck-Rousseau y Combes), la reforma del Ejército “liberalizándolo” y la política social. Desde 1904 se restringió a las órdenes
religiosas el derecho a sostener
colegios,
previendo
su fin para 1914.
Se denunció el Concordato y se separó totalmente la
Iglesia
y el
Estado en 1905.
El intento de un general con fama de republicano, Boulanger, que en 1886 lideró un amplio movimiento a favor de la reforma de las instituciones en sentido autoritario y
antiparlamentario, bonapartista, utilizando el espíritu de la
revancha contra Alemania.
Uno
de los escándalos que más perjudicó la imagen de la III República fue el caso
Dreyfus, que la hizo tambalear, pues mostró la corrupción existente en la administración
y el
Ejército. Hacía tiempo
que
existía una campaña de antisemitismo que afectaba
también a los altos oficiales del Ejército. En 1894 se descubrió que se habían vendido desde el Estado Mayor documentos a la embajada alemana, y se acusó de ello al capitán
Dreyfus, judío de origen alsaciano. Se falsificaron pruebas documentales y después de un proceso de cuatro días a puerta cerrada, se le condenó a degradación y deportación a la Guayana. En 1896 se descubrieron las falsificaciones y los autores de la venta, pero
no
se quiso revisar el juicio; se presionó al coronel Picquart para acallarlo y fue enviado
en misión especial al desierto de Túnez. Quienes lo
destaparon finalmente fueron los
intelectuales, en concreto Zola, que escribió una carta abierta al presidente Félix Faure
en enero de 1898, el famoso J’accuse; también sufrió por ello proceso por difamación y
fue
condenado, logrando huir a Gran Bretaña. Con el concurso de Clemenceau, Anatole
France y otros
intelectuales, se consiguió
finalmente
la revisión del
proceso y la
rehabilitación
de Dreyfus
por
gracia del Presidente, con
apoyo
de los
socialistas,
radicales y una parte de
los
republicanos moderados; ello supuso un gran descrédito para
el Ejército y la Magistratura.
En 1899 ganó la izquierda y se formó un gobierno de coalición republicana con un miembro socialista. Alexandre
Millerand,
sobreponiéndose en los
años sucesivos
la Francia laica a
la derecha nacionalista y clerical; se depuraron los altos mandos del Ejército.
3. LOS NUEVOS RETOS Y LA REFORMA LIBERAL. LA TRANSFORMACIÓN DEL ESTADO
3.1 El nuevo liberalismo.
La crisis del
modelo liberal
fue muy aguda,
parecía irremediable que desapareciera el Estado liberal de derecho. Este no respondía ya a la
necesidad de
correcta representación
social,
pues las fuerzas sociales
se estaban transformando rápidamente. La nueva sociedad de masas, la nueva economía capitalista y la política de expansión no parecían caber en las estructuras estrechas del liberalismo clásico; por eso surgieron planteamientos reformadores del liberalismo atendiendo a la necesidad de intervención del Estado en todos los sectores: económicos, educación,
sociales…Pero también surgieron las doctrinas contrarias al liberalismo por miedo a que fuera superado por las masas, lo que favoreció el auge de los totalitarismos que llegaron con la
“legitimidad” que
les daba
buscar
soluciones
al problema social
(nacionalsocialismo), y que impidió por el momento el triunfo de estas nuevas doctrinas liberales que buscaron una
solución intermedia, armónica, entre el liberalismo y el socialismo.
Igualmente, frente a la concepción clásica, fundamentalmente negativa, de la libertad
que exigía un abstencionismo total del Estado, es decir, un mero Estado-policía, se
opone una definición positiva que exigía al Estado su intervención para poner al alcance de
todos los individuos unas condiciones
consideradas como mínimas
para
poder
practicar la libertad. Es así como surge la
necesidad
de sumar a los derechos conocidos y admitidos, los del hombre y del ciudadano clásicos, los denominados derechos sociales.
Es,
pues, un liberalismo social, democrático y orgánico. El liberalismo social se extiende entre finales del siglo XIX y principios del XX por Europa, pero sobre todo por Inglaterra entre los idealistas de la Escuela de Oxford a cuya
cabeza estaba
Thomas Hill Green. En Francia este liberalismo social se conoce como
“solidarismo”, promovido
por
algunos ministros como León Bourgeois, que fue Premio Nobel de la Paz. También
tuvo
cierto influjo en
Alemania
e Italia.
3.2. La doctrina social de la Iglesia y el sindicalismo cristiano.
Para el cristianismo el
individualismo era tan erróneo como el colectivismo y tanto el social-marxismo como el capitalismo se enfrentaban al cristianismo y sus valores. Iban mermando las prácticas
religiosas tradicionales rurales, como el culto al santo patrón, pero fue compensado con
el ascenso de una religiosidad más individual y mejor controlada por la jerarquía, como
los
nuevos cultos mayoritarios a la Virgen de Lourdes o al Sagrado Corazón de Jesús. A
la
par, surgió la corriente “modernista”, que buscó conciliar la doctrina cristiana con los avances científicos y filosóficos, aplicando el método de la crítica histórica y filológica a
los textos sagrados.
Pero con la emergencia de la sociedad de masas la Iglesia encontró el modo de redirigir su misión;
por
una parte podía suplir el desarraigo social
que provocaba
la industrialización y
la urbanización, a través
de las
parroquias, de las asociaciones caritativas y de la Acción Católica; por otro, la llegada al Papado de León XIII en 1878
impulsó la nueva misión de la Iglesia. Apoyó la formación de partidos católicos, como en
Bélgica (1884) y en Austria (1887) siguiendo el ejemplo del Zentrum alemán (1871), que
fueron derivando hacia
la “democracia cristiana”. En España surgió ya en 1919 como
alternativa social católica el Partido Social Popular, impulsado por Ossorio y Gallardo.
La Iglesia se redirigió hacia lo social. Ése fue el sentido de la Encíclica Rerum Novarum de
mayo
de 1891, dedicada a la condición obrera. Condenó el socialismo por su raíz
materialista
y defendió la concordia entre las clases, para lo que estableció los deberes de obreros
(laboriosidad,
respeto a la jerarquía) y patronos (salario justo, respeto a la dignidad humana); señaló el derecho de los trabajadores a una propiedad estable, que debía ser protegida por los gobiernos, así como la institución familiar, o la propiedad privada (subordinada al bien común); apoyó la intervención del Estado para proteger a las clases sociales más débiles
a través de
la legislación
social, y animó a los trabajadores a que se sindicaran en asociaciones en defensa de sus intereses. Así nació un sindicalismo de base cristiana que tuvo más fortuna en
el campo que en la industria.
3.3. La crisis del parlamentarismo.
La necesidad de eficacia gubernamental en todas las
esferas resultaba
contradictorio
con la
demora de
las
discusiones
parlamentarias,
todavía no
limitadas reglamentariamente. Esta necesidad venía dada por la certeza de
que
en aquellos momentos lo que contaba era la lucha por el dominio del mundo en el
avance del colonialismo, y la preocupación por el surgir de los EEUU como nueva potencia. En ese contexto, la eficacia del sistema surgido de la estabilización liberal de los
años 30
fue puesta en duda,
mientras se
admiraba el presidencialismo norteamericano. El problema era que en
una
monarquía no era posible insertar ese modelo
al tener un jefe de
Estado
permanente
que había
dado lugar
al “segundo
Ejecutivo”, el gobierno de gabinete nombrado por el Rey y responsable ante las Cortes;
mientras que en el presidencialismo el jefe del Ejecutivo y jefe de Estado se reúnen en la misma persona que es elegida por los ciudadanos y tiene igual representatividad que el
Poder Legislativo.
Y es que los dos términos clave de la época eran “eficacia” y “democracia”. Y eran los
retos a los que tenía que enfrentarse el gobierno parlamentario. En España, Adolfo
Posada reconoció esas dos cuestiones fundamentales; del mismo modo, en Francia decía Dendias
que ante la
crisis
del parlamentarismo
sólo quedaba “perfeccionarse o desaparecer”; pero perfeccionarse significaba
aumentar los poderes del jefe del Estado.
Esta crisis llegó incluso al país del gobierno parlamentario por excelencia, el Reino Unido, donde ya
se veía por algunos con
mejores ojos al
poder Ejecutivo que
al Legislativo, con las consecuencias que llegan hasta hoy, cuando se ésta intentando corregir precisamente
esta tendencia triunfante con
una reforma constitucional. Entonces se observó con atención las diferencias entre los dos modelos y la necesidad de reformar aspectos importantes del parlamentario para acercarlo a lo que parecía eficacia
del
presidencialista. Punto clave fue la relación entre los poderes y especialmente el papel
del Jefe del Estado
en la Monarquía, que
muchos
pensaron
que tenía
que fortalecerse; fue el caso de España, donde un analista y político conservador como
Sánchez de Toca aseveró que “el peligro de los tiempos nuevos no es ciertamente de reyes despóticos, sino de reyes reducidos a simulacros vanos”. Fue esta misma razón por la
que
Silvela s empeñó en demostrar que le adolescente que iba a tomar la corona en
1902, Alfonso XIII, era ya todo un
hombre, con
ideas propias y capacidad de liderazgo.
3.4. Los nacionalismos, 1870-1914.
Otro desafío al liberalismo en
esta
época procedió de los nacionalismos, de la modificación del ideal nacional. El cambio se produjo tras la
unificación alemana a “sangre y hierro” realizada por Bismarck, y sobre todo con el imperialismo colonial; asimismo el sentido “internacionalista” del movimiento obrero provocó una reacción
nacionalista de estilo patriótico y guerrero
entre la burguesía
conservadora; con ello el nacionalismo iba caminando hacia la derecha desgajándose de su origen liberal revolucionario, asumiendo además las nuevas teorías darwinianas que fueron derivando hacia la idea de raza superior.
En el caso británico fue el problema irlandés la gran cuestión política entre 1885 y 1921;
el nacionalismo irlandés supo capitalizar las oportunidades abiertas por las reformas electorales británicas de la década de 1880, que ampliaron el electorado y otorgaron más
escaños para Irlanda; de este modo en las elecciones de noviembre de 1885 amplió su
representación a
86
de los 103 que tenía asignados, y así se mantuvo prácticamente hasta 1918.
En Francia el nacionalismo más radical no apareció como referencia a una política o enemigo exterior sino al “enemigo” interno: protestantes, inmigrantes, sobre todo judíos, y todo aquello que se consideró algo extraño a la nación y causante de los males
modernos. En el mismo sentido antijudío relacionado con la raza aria superior, se fue desarrollando en Alemania el nacionalismo, pero fundamentalmente no en una tradición
católica reaccionaria sino en la idea de pueblo (Volk) proveniente del romanticismo, que
promovió el movimiento “pangermánico”
para
unir a todos los alemanes que habían
quedado fuera de la unificación. En Rusia surgió
el paneslavismo, para justificar su política imperial, en base al tradicionalismo y el antisemitismo que tenía en la Europa
oriental fuertes raíces populares. Se materializó el afán de constituir un Estado judío en Palestina para reunir a la nación dispersa por el mundo; así nació en 1896 el sionismo,
fundado por
el
escritor judío vienés Theodor Herzl.
Fue en los años transcurridos entre 1880 y 1914
cuando el problema nacional se extendió y radicalizó, abarcando un amplio espectro étnico y reivindicaciones nacionales:
croatas,
serbios,
eslovenos, macedonios,
checos,
polacos,
eslovacos, ucranianos, georgianos, bálticos, noruegos, finlandeses, irlandeses, albaneses, armenios, catalanes,
vascos, gallegos,
greco-chipriotas, flamencos y judíos. Se produjeron movimientos que reivindicaban
la autonomía
o la independencia.
3.5. Pacifismo y guerra.
La época
de fin
de siglo
también vio
surgir movimientos
pacifistas; en 1864 16 países redactaron
la
Convención de Ginebra para la creación
de la Cruz Roja Internacional, ratificada en 1906 con sucesivas ampliaciones, para “mejorar la
suerte de los militares heridos en los
ejércitos en campaña”.
Otro proceso
de paz internacional fue el dirigido por el zar ruso, Nicolás I, que parecía seguir la estela de la Santa
Alianza del primer Alejandro; él consiguió reunir el La Haya
en 1899 a 26
representantes de
Estados
para
acordar la
limitación
de armamentos,
además del
reconocimiento
del
arbitraje
como el “medio más
eficaz para resolver
cuestiones…internacionales”, aunque de momento no fuera un deber sino un derecho. La consecuencia inmediata fue la formación de un tribunal internacional para arbitrar conflictos, con sede en el Palacio de la Paz pagado por
Carnegie, rey americano del acero; en principio sólo fue efectivo para casos menores. También destaca la iniciativa de Alfred
Nobel y la de Andrew Carnegie, con sendos premios para la
paz internacional.
El juego de las alianzas fue iniciado por Bismarck para consolidar su imperio, sobre todo preocupado por Francia, buscando que no tuviera aliados. Georges Boulanger había
predicado la Revanche por la guerra franco-prusiana, pero el problema de los alsacianos no era volver a Francia sino conseguir un régimen de igualdad con los restantes Estados alemanes,
consiguiendo una cierta autonomía en 1911. Bismarck consiguió la Liga de
los
Tres Emperadores, con Austria y Rusia, vendiendo el peligro francés que no era otro
que
el de exportar el virus democrático. Pero resultó una liga difícil porque Rusia y
Austria eran irreconciliables, ya que ambos tenían puestos los ojos en Constantinopla. Rusia vio el peligro
de la política de Bismarck de provocación a Francia, y se negó a
seguirla (1875); eso hizo que
Bismarck favoreciera siempre en los Balcanes a Austria
frente a Rusia, hasta que en 1885 esta última abandonó. Facilitó así la incorporación de Italia como aliada formándose la Triple Alianza; Italia cubría con ello su temor al posible
apoyo francés al poder papal, y protegía su anexión de Túnez en 1881. Rusia buscó en París lo que había perdido en Berlín, y en 1891 llegó la alianza franco-rusa. Gran Bretaña acabó uniéndose a éstos a la muerte de Victoria y la
llegada de Eduardo VII.
Parecía un equilibrio duradero, pero en los Balcanes se encendió la mecha que hizo saltar “el barril de pólvora europeo”, según la profecía, y que llevó a la I Guerra Mundial, como parecían anunciar
ya las guerras balcánicas de 1912-1913.
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