En las primeras décadas del siglo XIX, en varios lugares de Europa hubo reacciones violentas de los obreros contra las máquinas, a las que veían como competidores que les
arrebataban su trabajo; la represión de los gobiernos ante estos hechos fue contundente;
al mismo tiempo,
otros trabajadores
se organizaban
en agrupaciones, gremios
o sociedades de oficios para pedir de forma pacífica a los patronos la
mejora de su situación laboral, o en hermandades de socorros mutuos para hacer frente al paro o a la
enfermedad, siempre subordinados a que la situación política de sus respectivos países consintiera este tipo de agrupaciones. Poco a
poco se fue formando en los trabajadores la conciencia de que el rendimiento de su trabajo daba derecho a reivindicar mejoras laborales y a demandar una legislación que contemplara con justicia su situación. Una
de las mayores dificultades era conseguir una acción coordinada en un mundo del
trabajo tan amplio y diversificado.
Pero el gran paso fue la internacionalización del movimiento obrero. En 1864 se fundó la Primera Internacional
por
ideólogos marxistas
y anarquistas,
con la
pretensión
de organizar el movimiento obrero internacional.
Los
marxistas
propugnaban
la lucha
revolucionaria para hacer desaparecer el capitalismo e implantar el socialismo. Los anarquistas eran contrarios a la lucha revolucionaria, no creían en el Estado, ni siquiera en
un Estado revolucionario. Las disensiones entre ambos terminaron en ruptura. Las
segunda Revolución Industrial afianzó y amplió el movimiento obrero, que se articuló en
torno al socialismo con
tres
corrientes fundamentales: el socialismo de Estado alemán, el
laborismo inglés
y el
marxismo, este último con diferentes manifestaciones. También
existió una corriente anarquista, que no tuvo una gran importancia salvo en países del
sur de Europa, y otra sindicalista cristiana, vigente desde finales del siglo XIX, con poca trascendencia.
1. LA CUESTIÓN SOCIAL
La injusta situación de los obreros industriales dio lugar, en el primer tercio del siglo
XIX,
a los primeros análisis sobre sus condiciones de vida y situación laboral; a partir de 1830 se elaboraron informes y estadísticas basados en los registros municipales y en estos estudios se reflejaba una situación contradictoria, en la que se mostraba que, al
tiempo que se incrementaba la producción industrial, se instauraba la igualdad civil y la libertad económica,
aumentaba el número de pobres y las diferencias entre las clases
sociales se hacían
más
profundas.
Fue en la Alemania de Bismarck donde se establecieron las primeras leyes laborales, en
un intento de atraerse a los obreros y terminar con sus reivindicaciones. Este tipo de disposiciones sociales
(como
seguro obligatorio
de accidentes y enfermedad)
que suponían algunas mejoras
en las
condiciones de
vida de
los
obreros, se fueron adoptando por otros
Estados, aunque
la tradición
liberal hizo que
tal
política, considerada intervencionista, se retrasara en algunos de ellos. El gobierno británico
promulgó en 1819 la ley sobre el trabajo de los niños a la que sucedieron varias a lo largo del siglo que regulaban
el trabajo de los menores y de las mujeres.
1.1 El movimiento obrero.
La legalidad de este movimiento tardó un tiempo en ser
aceptada por los gobiernos liberales porque representaba una limitación a la iniciativa individual como la libre contratación o el cambio de condiciones laborales.
A partir de finales del siglo XVIII, los levantamientos obreros se concretaron en Gran Bretaña en ataques contra instalaciones fabriles y en las primeras décadas del XIX, en
destrucción de maquinaria industrial. Estas actuaciones, denominadas ludismo por ir firmadas las cartas
intimidatorias
a los empresarios con
el nombre imaginario de
Capitán Ludd, fueron reprimidas duramente por el Parlamento que aprobó una ley condenando a muerte a los responsables de estos actos.
El movimiento ludista se extendió a otros países; en España, en 1821, las máquinas de
hilar y cardar
fueron
atacadas en Alcoy por trabajadoras domésticas y en 1835, artesanos de
talleres domésticos atacaron el taller de Bonaplata y otras fábricas de Barcelona, temerosos de perder sus empleos por
la
instalación de las nuevas máquinas.
1.2 Los primeros sindicatos en Gran Bretaña.
En 1831 se fundó la National Association for the Protection of Labour y en 1834 la Grand National Cosolidated Trade Union. Poco después y durante unos años las asociaciones obreras británicas se apartaron de las reivindicaciones puramente laborales para apoyar el movimiento político carlista, que en 1838 reivindicaba entre otras cuestiones el sufragio universal masculino, la renovación del
Parlamento y circunscripciones electorales
iguales, al
tiempo que
pedían
una legislación protectora
en cuestiones sociales. Como
medio para conseguir
estas
reivindicaciones se convocaron mítines y huelgas en algunas ocasiones violentos. Para coordinar
todas
estas
acciones
a escala nacional
se fundó la National
Charter Association controlada por Feargus O’Connor, líder cartista de gran prestigio. El rechazo del
Parlamento al sufragio universal, en 1842, constituyó un gran fracaso para este
movimiento, apoyado sobre todo por los obreros. Terminó desapareciendo hacia 1850.
A partir de mediados del siglo XIX, tras el fracaso del cartismo, las asociaciones obreras en Gran Bretaña volvieron a la línea sindical. La prosperidad de los años 50 favoreció a
las agrupaciones formadas por
trabajadores de una misma profesión, como los mineros o los maquinistas, con
programas de carácter moderado, pretendiendo la mejora de las
condiciones laborales. La
primera asociación de este tipo, la Amalgamated Society of Engineers, llegó a contar con un gran número de afiliados y fue el punto de partida de
un nuevo sindicalismo, dando lugar a las agrupaciones de obreros cualificados con cobertura nacional para conseguir mejoras salariales y otras ventajas sociales por medio de convenios colectivos.
No fue hasta la crisis económica de 1873 cuando se introdujo el socialismo en Gran
Bretaña. La integración de los trabajadores no cualificados con los obreros industriales
dio lugar a un nuevo sindicalismo, por la unión de los obreros de un sector industrial, como la Unión
de Obreros del Transporte.
A finales de siglo varias organizaciones socialistas irrumpieron en el panorama de Gran Bretaña. En 1889 se fundó, por un grupo de intelectuales, la Sociedad Fabiana. En
1906, la unión de diferentes sectores socialistas con una fuerte presencia de miembros
de las Trade Unions, constituyó el Partido Laborista, que contemplaba reformas sociales como la
nacionalización de la tierra y la minería, legislación social, horario laboral de
ocho horas, además de la autonomía de las colonias británicas, el fin de los privilegios de los lores, justicias gratuita, etcétera.
1.3 El movimiento obrero en Alemania.
El primer congreso obrero se celebró en 1848,
pero pronto el movimiento obrero derivó hacia la formación de partidos. Ferdinand
Lasalle (1825-1864), el representante más destacado del socialismo de Estado, fundó en 1863 el primer partido obrero con el nombre de Asociación General Alemana de las
Clases Trabajadoras, para la transformación de la sociedad con ayuda del Estado, que
debía luchar contra la miseria de los asalariados sin necesidad de llegar a la revolución. Por otra parte, en
1869, los marxistas A. Bebel (1840-1913) y W. Liebkencht (1826-1900) partidarios de
la revolución como único camino para llegar a una
sociedad justa,
fundaron el Partido Socialdemócrata de los Trabajadores. Pese a sus diferencias los dos partidos se unieron en
1875 y fundaron el Partido Socialdemócrata Alemán, con el
rechazo de Marx. Como medio para pacificar a los obreros, Bismarck apoyó las ideas de
Lasalle. A la caída de Bismarck la socialdemocracia alemana, en el Congreso de Erfurt (1881) revisó su programa y, en 1889, el político Eduard Bernstein (1850-1932) publicó la obra Las premisas del socialismo y las tareas
de
la socialdemocracia, en la que
afirmaba que la teoría marxista no se adecuaba a la realidad por no haber pensado en la
posibilidad de
la democracia y negaba la
lucha
de clases como condición para
transformar a la sociedad. A partir de esos momentos la socialdemocracia alemana se dividió en tres tendencias, la
posición centrista liderada por Karl Kautsky (1854-1938), la izquierda marxista
dirigida por Rosa Luxemburgo (1870-1919) y la
derecha
defendida
por
Eduard Bernstein.
1.4 Las organizaciones obreras en Francia.
En Francia, una legislación mucho más restrictiva que la británica y el atraso en la industrialización fuero causa de que la
primera organización de trabajadores no se fundara hasta 1843. La Comuna de París en 1871, a pesar de su fracaso, representó un símbolo de la lucha de los trabajadores y fue el origen
del reconocimiento de la existencia de la clase
obrera francesa por
unos
derechos. Desde 1884 hasta 1892 los sindicatos franceses se adaptaron a la política de
partidos, hasta que en 1897, el anarquista Fernand Pelloutier (1867-1901) inició las
Bolsas
de Trabajo, una organización sindical encargada de registrar y denunciar las condiciones laborales de los distintos sectores, al tiempo que ofrecía a sus afiliados una
amplia gama de
servicios sociales. Este sindicato anarcosindicalista se enfrentó a los socialistas; en 1902 las Bolsas de Trabajo se fusionaron con
la
Confederación General de Trabajo (CGT), formando una federación de tipo anarcosindicalista; de esta forma el sindicalismo francés adoptó la vía revolucionaria hasta la llegada de la Primera Guerra
Mundial.
En cuanto a los partidos políticos, la celebración del Congreso Obrero Socialista de
Marsella de 1887 mostró la división del socialismo francés y la existencia de tres grupos con varias tendencias. En el congreso de Lyon, en 1901 estas tres agrupaciones dieron
lugar a dos partidos, el Partido Socialista de Francia, (PSDF), liderado por Jules Guesde
(1845-1922), marxista, partidario de la lucha de clases, y el Partido Socialista Francés
(PSF),
dirigido por Jean Jaurés (1859-1914), que
agrupaba a los reformistas.
La unificación de
estos
dos
partidos se
consiguió en la
Segunda Internacional. En
el Congreso de París de 1905 se
formó la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO) con
carácter marxista.
2. LA ORGANIZACIÓN OBRERA INTERNACIONAL
2.1 La Primera Internacional.
La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) se fundó en Londres el 28 de
septiembre de 1864 y fue
la culminación de
contactos
entre trabajadores británicos, franceses y exiliados en la capital inglesa (polacos, alemanes e italianos), para formar la primera organización obrera de ámbito internacional. La AIT sirvió para difundir las nuevas corrientes ideológicas al tiempo que fue el escenario de los
enfrentamientos entre
sus principales líderes. Participaron en su organización los
teóricos
más
destacados de esta etapa, Karl Marx, Friedrich Engels, Mijaíl Bakunin,
también
Pierre Joseph Proudhon. Marx redactó el manifiesto inaugural y los estatutos de
la
nueva organización.
Durante la década de los sesenta, las principales corrientes teóricas con una gran
influencia en la Primera Internacional fueron las presentadas por Proudhon, Marx y
Bakunin, defensor este último del anarco-colectivismo y sus respectivos seguidores. Los
enfrentamientos entre los dos primeros se iniciaron desde el principio. Proudhon no era
partidario de que los obreros tomaran parte en las luchas políticas, ni de la intervención
del
Estado en cuestiones laborales por considerar que esta intervención atentaba contra el derecho de libertad.
Los planteamientos de los marxistas eran totalmente distintos, creían necesaria la lucha
política, la creación de un partido obrero para organizar a los trabajadores
y conseguir el poder de formar revolucionaria. Sólo así sería posible terminar con el sistema económico del capitalismo, que permitía a los propietarios de los medios de producción adueñarse
de la plusvalía producida por el trabajo de los asalariados. En sucesivos congresos las
posturas de estos dos grupos se hicieron irreconciliables y terminaron con el triunfo de
los
marxistas, que consiguieron entre otras cuestiones, la aprobación de la huelga como medio de lucha
y la petición de una legislación
laboral.
A partir
de 1869 los enfrentamientos fueron protagonizados por
los
seguidores de Marx y los de la Alianza de la Democracia Socialista, liderados por Bakunin. Los
planteamientos
ideológicos de los seguidores de este último eran radicalmente distintos de los marxistas; mientras los primeros, llamados autoritarios, defendían la lucha política para llegar a la conquista del Estado, los segundos, los antiautoritarios, eran partidarios de una lucha constante para crear una conciencia revolucionaria que conseguiría triunfar. También
discrepaban en cuanto a la acción política, de la que Bakunin era enemigo. La ruptura definitiva y la expulsión de Bakunin y sus seguidores tuvo lugar en el Congreso de La
Haya de 1872 y supuso el fin de la Primera Internacional. Los marxistas trasladaron la sede de la Internacional a Filadelfia (EEUU), donde se celebró el último congreso. Los partidarios de Bakunin se reunieron en Saint Imier (Suiza), y acordaron continuar con
su actividad, que siguió durante unos pocos años más.
2.2 La Segunda Internacional.
En 1889, coincidiendo con el primer centenario de la revolución francesa, se reunieron
en París los partidos socialistas, con la
participación de
anarquistas y decidieron constituir en Bruselas la Segunda Internacional. La influencia del pensamiento de Marx (que había fallecido en 1883) y de Engels, fue una constante en
esta
etapa, en la que participaron personalidades destacadas como Longuet y Lafargue (yernos de Marx),
los alemanes Bernstein y Liebknecht, el austriaco Adler, el italiano Costa y el español Pablo Iglesias. Después de encendidos debates entre los anarquistas y
los
socialdemócratas alemanes, en
los
que los últimos defendían el apoyo a
los
regímenes parlamentarios, única forma que permitiría con el tiempo a los obreros llegar al poder, fueron excluidos los delegados no
partidarios de la acción política. Los anarquistas quedaron fuera, siguiendo distinto camino que los socialistas.
También en esta ocasión los
congresos
estuvieron jalonados por las
disensiones
entre las dos tendencias marxistas: la ortodoxa, liderada por los seguidores de Marx y de Engels y la
revisionista
que reclamaba, entre otras cuestiones, la colaboración con los partidos burgueses. La situación de los obreros había cambiado desde la Primera Internacional, en esos momentos se estaba superando la crisis del 1873 y los revisionistas querían abandonar la vía
revolucionaria para emprender la de las reformas. La adopción del sufragio universal, la
fuerza cada vez
más creciente de los sindicatos y
la
mejora del nivel de vida de los obreros apoyaron la postura revisionista que se fue imponiendo desde principios
del siglo XX. La Segunda Internacional terminó en 1914, al estallar la Primera
Guerra Mundial.
3. LOS CAMBIOS SOCIALES Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
La libertad de expresión, no sólo de palabra sino de imprenta, fue uno de los principales
logros de la revolución liberal, plasmado en todas las constituciones liberales, que incluían generalmente un párrafo sobre la necesidad de evitar las trabas a su ejercicio. Gracias a esta libertad sería posible contener la arbitrariedad de los poderes públicos, y así, preservar todos los derechos de los ciudadanos.
Se puede afirmar que en el único país donde existió, durante todo el siglo XIX, una prensa libre y crítica fue en Gran Bretaña, destacando como portavoz de su clase media el diario The Times, fundado en 1785. En el resto de los países europeos, a lo expresado
en las
respectivas
constituciones se añadía
un desarrollo
legislativo con
recortes importantes y un apartado con las sanciones, en caso de contravenir la ley, que llegaban
hasta el cierre del periódico.
La difusión
progresiva
de la
prensa
en el siglo XIX supuso un avance social
sin precedentes. A
final de siglo, el control de la información había dejado de estar
en manos de un pequeño grupo de privilegiados; los periódicos de masas ocuparon un lugar muy destacado en el panorama de casi todas las naciones europeas, actuando como vehículo de movimientos políticos, sociales e ideológicos y como cauce de información de los avances científicos o de cualquier manifestación religiosa, cultural o artística.
Durante el siglo XIX, la lucha por
democratizar todos los sistemas parlamentarios estuvo ligada
al fortalecimiento y desarrollo del
movimiento
obrero. El
reconocimiento
del sufragio universal (masculino) se fue generalizando desde finales del siglo en todos los
países europeos (Francia en 1884; España en 1890; Noruega en 1898; Austria en 1907) y
su implantación
trajo consigo el fortalecimiento de
los
partidos de
masas y su importancia
en la vida política. En
este proceso la prensa desempeñó un papel
fundamental, al dar a conocer los estados de opinión
y analizar
y difundir la situación
en los distintos países.
El primer diario publicado, titulado Daily Courrant, se fundó en 1702 en Gran Bretaña, país que promulgó la primera Ley de Prensa en 1785 y donde se iniciaron los periódicos
de negocios a finales de la centuria. Durante todo el siglo XIX la prensa británica y de otros países como Francia y España tuvieron una gran actividad con publicaciones
dedicadas sobre todo
a tratar
acontecimientos políticos,
en forma de artículos
y comentarios editoriales.
Los avances en medios de transporte como ferrocarril, barco y telégrafo facilitaron de forma
extraordinaria la recepción de las noticias y la difusión
de
la prensa. Los diferentes
inventos permitieron incrementar la producción; las nuevas rotativas y la utilización de rollos
de papel
continuo permitiendo imprimir más ejemplares, abaratando los costes
para
llegar a un público mucho más amplio; a partir de mediados de siglo se crearon las primeras agencias de noticias y de publicidad para servir a los principales periódicos.
Las nuevas técnicas utilizadas para reproducir grabados permitieron
incluir
ilustraciones y dieron lugar a un nuevo tipo de prensa, dedicada sólo al entretenimiento, con gran
aceptación
de los
lectores, como la L’Ilustration,
fundado en Francia
en 1843, o Ilustración, Periódico Universal, que nace en 1849 o La Ilustración, editado en 1848 en España.
A finales del siglo XIX irrumpió en el panorama periodístico, tanto de EEUU como en algunos países europeos, un nuevo tipo de prensa cuyo ejemplo más destacado fue The
World, de Pulitzer. Destinado al consumo de masas, estos periódicos se vendían a bajo precio,
abandonaban
antiguas
fórmulas y tenían un formato atractivo. Estas
publicaciones
producidas por
grandes empresas
con tiradas enormes y mucha publicidad, llegaban
a un gran número de lectores
y su aceptación las acabó
convirtiendo en instrumento de gran influencia, que permitiría manipulaciones de todo
tipo.
La “prensa
amarilla”, que
es como se denominó a este
tipo de
periodismo sensacionalista, se caracterizaba por presentar y privilegiar noticias escabrosas
y catastrofistas, enredos políticos y escándalos. Su máximo representante fue el periódico
The
New York Journal, del empresario y periodista William R. Hearst (1863-1951). También estaban The New Yok Times, creador de este tipo de prensa, Le Figaro, en Francia, Il Corriere della Sera, en Italia, El Imparcial y El Liberal en
España.
4. EL PROTAGONISMO DE LAS GRANDES CIUDADES
La ciudad que existía antes de la Revolución Industrial frecuentemente estaba rodeada de murallas defensivas o muros fiscales. Lo que hoy conocemos como cascos antiguos constituían entonces este espacio. El crecimiento de la población fue mucho más rápido
que
el del encorsetado recinto. La escasez de suelo hizo que aumentara el número de personas por
vivienda y el número de viviendas por edificio; aparecieron las casas de
corredor, con
deplorables condiciones higiénicas; se eliminaron los espacios abiertos,
tales como huertas y jardines. Agotadas las posibilidades del recinto antiguo, aparecieron
los
ensanches, concebidos y
planificados para la burguesía y las clases medias, que
ocupaban de forma planificada los
terrenos situados extramuros con el consiguiente derribo de las murallas. También fueron
remodelados los espacios interiores con el trazado de nuevas vías de mayor anchura y el derribo de viviendas, generalmente de ínfima calidad, sustituyéndolas por edificios modernos y suntuosos.
Junto al urbanismo organizado apareció otro espontáneo que determinó inicialmente el
crecimiento y después la anexión de los que se denominaba extrarradios, en los que, dado su mayor alejamiento de los cascos antiguos, los precios eran más bajos y la
ocupación más rápida por clases populares y obreras alrededor de las industrias que se habían establecido en ellos. Surgieron en las cercanías de la gran urbe y la rodearon con
una
corona de núcleos industriales que habían engullido con rapidez lo que poco antes
habían
sido pequeñas
aldeas. Fueron quizá éstas las que
fundamentaron
las
más acerbas críticas de
los opositores al
industrialismo y
su acompañamiento
de hacinamiento, insalubridad, marginalidad, deshumanización, etc.
Tuberculosis, tifus y cólera eran azotes que ponían en peligro a todos los pobladores,
incluidos
los
de las clases pudientes. Estos problemas no eran tan nuevos, ya en las
aglomeraciones
urbanas
del siglo anterior
se venían registrando crisis
sanitarias y elevados índices de mortalidad. Lo más novedoso era que el progreso había alcanzado un
nivel de conocimientos técnicos capaces de encontrar nuevas soluciones.
Desde
el punto
de
vista
económico
se produjo
una
acumulación
de
capital
sin
precedentes, y
un
proceso de
especulación
con
el suelo y
la construcción
de
viviendas.
Políticamente,
las
concentraciones
urbanas
fueron
un
excelente
caldo
de
cultivo
para
que
la nueva
clase
proletaria emergente
tomara
conciencia de
sí misma. También fueron
las
grandes
ciudades
escaparates
privilegiados
en
los
que
se
exponían
con
orgullo
los
logros
materiales
e
intelectuales
alcanzados
por el país
y se
proponían las
nuevas
líneas
de
progreso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario