martes, 12 de febrero de 2013

El cambio social: Del liberalismo a la democracia


En las primeras décadas del siglo XIX, en varios lugares de Europa hubo reacciones violentas de los obreros contra las máquinas, a las que veían como competidores que les arrebataban su trabajo; la represn de los gobiernos ante estos hechos fue contundente; al mismo tiempo, otros trabajadores se organizaban en agrupaciones, gremios o sociedades de oficios para pedir de forma pacífica a los patronos la mejora de su situacn laboral, o en hermandades de socorros mutuos para hacer frente al paro o a la enfermedad, siempre subordinados a que la situacn política de sus respectivos países consintiera este tipo de agrupaciones. Poco a poco se fue formando en los trabajadores la conciencia de que el rendimiento de su trabajo daba derecho a reivindicar mejoras laborales y a demandar una legislacn que contemplara con justicia su situación. Una de las mayores dificultades era conseguir una accn coordinada en un mundo del trabajo tan amplio y diversificado.
Pero el gran paso fue la internacionalización del movimiento obrero. En 1864 se fundó la Primera Internacional por ideólogos marxistas y anarquistas, con la pretensn de organizar el movimiento obrero internacional. Los marxistas propugnaban la lucha revolucionaria para hacer desaparecer el capitalismo e implantar el socialismo. Los anarquistas eran contrarios a la lucha revolucionaria, no creían en el Estado, ni siquiera en un Estado revolucionario. Las disensiones entre ambos terminaron en ruptura. Las segunda Revolución Industrial afian y amplió el movimiento obrero, que se articuló en torno al socialismo con tres corrientes fundamentales: el socialismo de Estado alemán, el laborismo inglés y el marxismo, este último con diferentes manifestaciones. También existió una corriente anarquista, que no tuvo una gran importancia salvo en países del sur de Europa, y otra sindicalista cristiana, vigente desde finales del siglo XIX, con poca trascendencia.

1. LA CUESTIÓN SOCIAL

La injusta situacn de los obreros industriales dio lugar, en el primer tercio del siglo XIX, a los primeros análisis sobre sus condiciones de vida y situacn laboral; a partir de 1830 se elaboraron informes y estadísticas basados en los registros municipales y en estos estudios se reflejaba una situacn contradictoria, en la que se mostraba que, al tiempo que se incrementaba la produccn industrial, se instauraba la igualdad civil y la libertad económica, aumentaba el número de pobres y las diferencias entre las clases sociales se hacían más profundas.
Fue en la Alemania de Bismarck donde se establecieron las primeras leyes laborales, en un intento de atraerse a los obreros y terminar con sus reivindicaciones. Este tipo de disposiciones sociales (como seguro obligatorio de accidentes y enfermedad) que suponían algunas mejoras en las condiciones de vida de los obreros, se fueron adoptando por otros Estados, aunque la tradición liberal hizo que tal política, considerada intervencionista, se retrasara en algunos de ellos. El gobierno británico promulgó en 1819 la ley sobre el trabajo de los niños a la que sucedieron varias a lo largo del siglo que regulaban el trabajo de los menores y de las mujeres.

1.1      El movimiento obrero.

La legalidad de este movimiento tardó un tiempo en ser aceptada por los gobiernos liberales porque representaba una limitacn a la iniciativa individual como la libre contratacn o el cambio de condiciones laborales.
A partir de finales del siglo XVIII, los levantamientos obreros se concretaron en Gran Bretaña en ataques contra instalaciones fabriles y en las primeras décadas del XIX, en destruccn de maquinaria industrial. Estas actuaciones, denominadas ludismo por ir firmadas las cartas intimidatorias a los empresarios con el nombre imaginario de Capitán Ludd, fueron reprimidas duramente por el Parlamento que aprobó una ley condenando a muerte a los responsables de estos actos.
El movimiento ludista se extendió a otros países; en España, en 1821, las máquinas de hilar y cardar fueron atacadas en Alcoy por trabajadoras domésticas y en 1835, artesanos de talleres domésticos atacaron el taller de Bonaplata y otras fábricas de Barcelona, temerosos de perder sus empleos por la instalación de las nuevas máquinas.

1.2      Los primeros sindicatos en Gran Bretaña.

En 1831 se fundó la National Association for the Protection of Labour y en 1834 la Grand National Cosolidated Trade Union. Poco después y durante unos años las asociaciones obreras británicas se apartaron de las reivindicaciones puramente laborales para apoyar el movimiento político carlista, que en 1838 reivindicaba entre otras cuestiones el sufragio universal masculino, la renovación del Parlamento y circunscripciones electorales iguales, al tiempo que pedían una legislación protectora en cuestiones sociales. Como medio para conseguir estas reivindicaciones se convocaron mítines y huelgas en algunas ocasiones violentos. Para coordinar todas estas acciones a escala nacional se fundó la National Charter Association controlada por Feargus O’Connor, líder cartista de gran prestigio. El rechazo del Parlamento al sufragio universal, en 1842, constituyó un gran fracaso para este movimiento, apoyado sobre todo por los obreros. Terminó desapareciendo hacia 1850.
A partir de mediados del siglo XIX, tras el fracaso del cartismo, las asociaciones obreras en Gran Bretaña volvieron a la nea sindical. La prosperidad de los años 50 favoreció a las agrupaciones formadas por trabajadores de una misma profesn, como los mineros o los maquinistas, con programas de carácter moderado, pretendiendo la mejora de las condiciones laborales. La primera asociación de este tipo, la Amalgamated Society of Engineers, llegó a contar con un gran número de afiliados y fue el punto de partida de un nuevo sindicalismo, dando lugar a las agrupaciones de obreros cualificados con cobertura nacional para conseguir mejoras salariales y otras ventajas sociales por medio de convenios colectivos.
No fue hasta la crisis económica de 1873 cuando se introdujo el socialismo en Gran Bretaña. La integración de los trabajadores no cualificados con los obreros industriales dio lugar a un nuevo sindicalismo, por la unn de los obreros de un sector industrial, como la Unión de Obreros del Transporte.
A finales de siglo varias organizaciones socialistas irrumpieron en el panorama de Gran Bretaña. En 1889 se fundó, por un grupo de intelectuales, la Sociedad Fabiana. En 1906, la unn de diferentes sectores socialistas con una fuerte presencia de miembros de las Trade Unions, constituyó el Partido Laborista, que contemplaba reformas sociales como la nacionalizacn de la tierra y la minería, legislacn social, horario laboral de ocho horas, además de la autonomía de las colonias británicas, el fin de los privilegios de los lores, justicias gratuita, ettera.

1.3      El movimiento obrero en Alemania.

El primer congreso obrero se celeb en 1848, pero pronto el movimiento obrero derivó hacia la formación de partidos. Ferdinand Lasalle (1825-1864), el representante más destacado del socialismo de Estado, fundó en 1863 el primer partido obrero con el nombre de Asociacn General Alemana de las Clases Trabajadoras, para la transformación de la sociedad con ayuda del Estado, que debía luchar contra la miseria de los asalariados sin necesidad de llegar a la revolución. Por otra parte, en 1869, los marxistas A. Bebel (1840-1913) y W. Liebkencht (1826-1900) partidarios de la revolucn como único camino para llegar a una sociedad justa, fundaron el Partido Socialdemócrata de los Trabajadores. Pese a sus diferencias los dos partidos se unieron en 1875 y fundaron el Partido Socialdemócrata Alemán, con el rechazo de Marx. Como medio para pacificar a los obreros, Bismarck apoyó las ideas de Lasalle. A la caída de Bismarck la socialdemocracia alemana, en el Congreso de Erfurt (1881) revi su programa y, en 1889, el político Eduard Bernstein (1850-1932) publila obra Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, en la que afirmaba que la teoría marxista no se adecuaba a la realidad por no haber pensado en la posibilidad de la democracia y negaba la lucha de clases como condicn para transformar a la sociedad. A partir de esos momentos la socialdemocracia alemana se dividió en tres tendencias, la posición centrista liderada por Karl Kautsky (1854-1938), la izquierda marxista dirigida por Rosa Luxemburgo (1870-1919) y la derecha defendida por Eduard Bernstein.

1.4      Las organizaciones obreras en Francia.

En Francia, una legislación mucho más restrictiva que la británica y el atraso en la industrializacn fuero causa de que la primera organizacn de trabajadores no se fundara hasta 1843. La Comuna de París en 1871, a pesar de su fracaso, representó un símbolo de la lucha de los trabajadores y fue el origen del reconocimiento de la existencia de la clase obrera francesa por unos derechos. Desde 1884 hasta 1892 los sindicatos franceses se adaptaron a la política de partidos, hasta que en 1897, el anarquista Fernand Pelloutier (1867-1901) inició las Bolsas de Trabajo, una organización sindical encargada de registrar y denunciar las condiciones laborales de los distintos sectores, al tiempo que ofrecía a sus afiliados una amplia gama de servicios sociales. Este sindicato anarcosindicalista se enfrentó a los socialistas; en 1902 las Bolsas de Trabajo se fusionaron con la Confederacn General de Trabajo (CGT), formando una federacn de tipo anarcosindicalista; de esta forma el sindicalismo francés adoptó la vía revolucionaria hasta la llegada de la Primera Guerra Mundial.
En cuanto a los partidos políticos, la celebración del Congreso Obrero Socialista de Marsella de 1887 most la división del socialismo francés y la existencia de tres grupos con varias tendencias. En el congreso de Lyon, en 1901 estas tres agrupaciones dieron lugar a dos partidos, el Partido Socialista de Francia, (PSDF), liderado por Jules Guesde (1845-1922), marxista, partidario de la lucha de clases, y el Partido Socialista Francés (PSF), dirigido por Jean Jaurés (1859-1914), que agrupaba a los reformistas. La unificación de estos dos partidos se consiguió en la Segunda Internacional. En el Congreso de París de 1905 se formó la Seccn Francesa de la Internacional Obrera (SFIO) con carácter marxista.

2. LA ORGANIZACIÓN OBRERA INTERNACIONAL

2.1 La Primera Internacional.

La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) se fundó en Londres el 28 de septiembre de 1864 y fue la culminacn de contactos entre trabajadores británicos, franceses y exiliados en la capital inglesa (polacos, alemanes e italianos), para formar la primera organizacn obrera de ámbito internacional. La AIT sirvió para difundir las nuevas corrientes ideológicas al tiempo que fue el escenario de los enfrentamientos entre sus principales líderes. Participaron en su organizacn los teóricos más destacados de esta etapa, Karl Marx, Friedrich Engels, Mijaíl Bakunin, también Pierre Joseph Proudhon. Marx redactó el manifiesto inaugural y los estatutos de la nueva organización.
Durante la década de los sesenta, las principales corrientes teóricas con una gran influencia en la Primera Internacional fueron las presentadas por Proudhon, Marx y Bakunin, defensor este último del anarco-colectivismo y sus respectivos seguidores. Los enfrentamientos entre los dos primeros se iniciaron desde el principio. Proudhon no era partidario de que los obreros tomaran parte en las luchas poticas, ni de la intervencn del Estado en cuestiones laborales por considerar que esta intervencn atentaba contra el derecho de libertad.
Los planteamientos de los marxistas eran totalmente distintos, creían necesaria la lucha política, la creación de un partido obrero para organizar a los trabajadores y conseguir el poder de formar revolucionaria. Sólo a sería posible terminar con el sistema económico del capitalismo, que permitía a los propietarios de los medios de producción adueñarse de la plusvalía producida por el trabajo de los asalariados. En sucesivos congresos las posturas de estos dos grupos se hicieron irreconciliables y terminaron con el triunfo de los marxistas, que consiguieron entre otras cuestiones, la aprobacn de la huelga como medio de lucha y la peticn de una legislacn laboral.
A partir de 1869 los enfrentamientos fueron protagonizados por los seguidores de Marx y los de la Alianza de la Democracia Socialista, liderados por Bakunin. Los planteamientos ideológicos de los seguidores de este último eran radicalmente distintos de los marxistas; mientras los primeros, llamados autoritarios, defendían la lucha potica para llegar a la conquista del Estado, los segundos, los antiautoritarios, eran partidarios de una lucha constante para crear una conciencia revolucionaria que conseguiría triunfar. También discrepaban en cuanto a la acción política, de la que Bakunin era enemigo. La ruptura definitiva y la expulsión de Bakunin y sus seguidores tuvo lugar en el Congreso de La Haya de 1872 y supuso el fin de la Primera Internacional. Los marxistas trasladaron la sede de la Internacional a Filadelfia (EEUU), donde se celeb el último congreso. Los partidarios de Bakunin se reunieron en Saint Imier (Suiza), y acordaron continuar con su actividad, que siguió durante unos pocos años más.

2.2 La Segunda Internacional.

En 1889, coincidiendo con el primer centenario de la revolucn francesa, se reunieron en París los partidos socialistas, con la participacn de anarquistas y decidieron constituir en Bruselas la Segunda Internacional. La influencia del pensamiento de Marx (que había fallecido en 1883) y de Engels, fue una constante en esta etapa, en la que participaron personalidades destacadas como Longuet y Lafargue (yernos de Marx), los alemanes Bernstein y Liebknecht, el austriaco Adler, el italiano Costa y el español Pablo Iglesias. Después de encendidos debates entre los anarquistas y los socialdemócratas alemanes, en los que los últimos defendían el apoyo a los remenes parlamentarios, única forma que permitiría con el tiempo a los obreros llegar al poder, fueron excluidos los delegados no partidarios de la acción política. Los anarquistas quedaron fuera, siguiendo distinto camino que los socialistas.
También en esta ocasn los congresos estuvieron jalonados por las disensiones entre las dos tendencias marxistas: la ortodoxa, liderada por los seguidores de Marx y de Engels y la revisionista que reclamaba, entre otras cuestiones, la colaboracn con los partidos burgueses. La situacn de los obreros había cambiado desde la Primera Internacional, en esos momentos se estaba superando la crisis del 1873 y los revisionistas querían abandonar la vía revolucionaria para emprender la de las reformas. La adopcn del sufragio universal, la fuerza cada vez más creciente de los sindicatos y la mejora del nivel de vida de los obreros apoyaron la postura revisionista que se fue imponiendo desde principios del siglo XX. La Segunda Internacional terminó en 1914, al estallar la Primera Guerra Mundial.

3. LOS CAMBIOS SOCIALES Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

La libertad de expresn, no sólo de palabra sino de imprenta, fue uno de los principales logros de la revolucn liberal, plasmado en todas las constituciones liberales, que incluían generalmente un rrafo sobre la necesidad de evitar las trabas a su ejercicio. Gracias a esta libertad sería posible contener la arbitrariedad de los poderes públicos, y así, preservar todos los derechos de los ciudadanos.
Se puede afirmar que en el único país donde exist, durante todo el siglo XIX, una prensa libre y crítica fue en Gran Bretaña, destacando como portavoz de su clase media el diario The Times, fundado en 1785. En el resto de los países europeos, a lo expresado en las respectivas constituciones se añadía un desarrollo legislativo con recortes importantes y un apartado con las sanciones, en caso de contravenir la ley, que llegaban hasta el cierre del periódico.
La difusn progresiva de la prensa en el siglo XIX supuso un avance social sin precedentes. A final de siglo, el control de la información había dejado de estar en manos de un pequeño grupo de privilegiados; los perdicos de masas ocuparon un lugar muy destacado en el panorama de casi todas las naciones europeas, actuando como vehículo de movimientos políticos, sociales e ideológicos y como cauce de información de los avances científicos o de cualquier manifestación religiosa, cultural o artística.
Durante el siglo XIX, la lucha por democratizar todos los sistemas parlamentarios estuvo ligada al fortalecimiento y desarrollo del movimiento obrero. El reconocimiento del sufragio universal (masculino) se fue generalizando desde finales del siglo en todos los países europeos (Francia en 1884; España en 1890; Noruega en 1898; Austria en 1907) y su implantacn trajo consigo el fortalecimiento de los partidos de masas y su importancia en la vida política. En este proceso la prensa desempeñó un papel fundamental, al dar a conocer los estados de opinión y analizar y difundir la situacn en los distintos países.
El primer diario publicado, titulado Daily Courrant, se fundó en 1702 en Gran Bretaña, país que promulgó la primera Ley de Prensa en 1785 y donde se iniciaron los perdicos de negocios a finales de la centuria. Durante todo el siglo XIX la prensa británica y de otros países como Francia y España tuvieron una gran actividad con publicaciones dedicadas sobre todo a tratar acontecimientos políticos, en forma de artículos y comentarios editoriales.
Los avances en medios de transporte como ferrocarril, barco y telégrafo facilitaron de forma extraordinaria la recepción de las noticias y la difusión de la prensa. Los diferentes inventos permitieron incrementar la produccn; las nuevas rotativas y la utilización de rollos de papel continuo permitiendo imprimir más ejemplares, abaratando los costes para llegar a un público mucho más amplio; a partir de mediados de siglo se crearon las primeras agencias de noticias y de publicidad para servir a los principales periódicos. Las nuevas técnicas utilizadas para reproducir grabados permitieron incluir ilustraciones y dieron lugar a un nuevo tipo de prensa, dedicada lo al entretenimiento, con gran aceptación de los lectores, como la LIlustration, fundado en Francia en 1843, o Ilustración, Periódico Universal, que nace en 1849 o La Ilustración, editado en 1848 en España.
A finales del siglo XIX irrumpió en el panorama periodístico, tanto de EEUU como en algunos países europeos, un nuevo tipo de prensa cuyo ejemplo más destacado fue The World, de Pulitzer. Destinado al consumo de masas, estos periódicos se vendían a bajo precio, abandonaban antiguas rmulas y tenían un   formato atractivo.  Estas publicaciones producidas         por grandes empresas con tiradas      enormes y mucha publicidad, llegaban a un gran número de lectores y su aceptacn las acabó convirtiendo en instrumento de gran influencia, que permitiría manipulaciones de todo tipo. La prensa amarilla, que es como se denominó a este tipo de periodismo sensacionalista, se caracterizaba por presentar y privilegiar noticias escabrosas y catastrofistas, enredos políticos y escándalos. Su máximo representante fue el periódico The New York Journal, del empresario y periodista William R. Hearst (1863-1951). También estaban The New Yok Times, creador de este tipo de prensa, Le Figaro, en Francia, Il Corriere della Sera, en Italia, El Imparcial y El Liberal en España.

4. EL PROTAGONISMO DE LAS GRANDES CIUDADES

La ciudad que existía antes de la Revolucn Industrial frecuentemente estaba rodeada de murallas defensivas o muros fiscales. Lo que hoy conocemos como cascos antiguos constituían entonces este espacio. El crecimiento de la población fue mucho más rápido que el del encorsetado recinto. La escasez de suelo hizo que aumentara el número de personas por vivienda y el número de viviendas por edificio; aparecieron las casas de corredor, con deplorables condiciones higiénicas; se eliminaron los espacios abiertos, tales como huertas y jardines. Agotadas las posibilidades del recinto antiguo, aparecieron los ensanches, concebidos y planificados para la burguesía y las clases medias, que ocupaban de forma planificada los terrenos situados extramuros con el consiguiente derribo de las murallas. También fueron remodelados los espacios interiores con el trazado de nuevas vías de mayor anchura y el derribo de viviendas, generalmente de ínfima calidad, sustituyéndolas por edificios modernos y suntuosos.
Junto al urbanismo organizado apareció otro espontáneo que determinó inicialmente el crecimiento y después la anexión de los que se denominaba extrarradios, en los que, dado su mayor alejamiento de los cascos antiguos, los precios eran más bajos y la ocupacn más rápida por clases populares y obreras alrededor de las industrias que se habían establecido en ellos. Surgieron en las cercanías de la gran urbe y la rodearon con una corona de núcleos industriales que habían engullido con rapidez lo que poco antes habían sido pequeñas aldeas. Fueron quizá éstas las que fundamentaron las más acerbas críticas de los opositores al industrialismo    y su acompañamiento de hacinamiento, insalubridad, marginalidad, deshumanizacn, etc.
Tuberculosis, tifus y cólera eran azotes que ponían en peligro a todos los pobladores, incluidos los de las clases pudientes. Estos problemas no eran tan nuevos, ya en las aglomeraciones urbanas del siglo anterior se venían registrando crisis sanitarias y elevados índices de mortalidad. Lo más novedoso era que el progreso había alcanzado un nivel de conocimientos técnicos capaces de encontrar nuevas soluciones.
Desde el punto de vista económico se produjo una acumulación de capital sin precedentes, y un proceso de especulación con el suelo y la construccn de viviendas. Políticamente, las concentraciones urbanas fueron un excelente caldo de cultivo para que la nueva clase proletaria emergente tomara conciencia de misma. También fueron las grandes ciudades escaparates privilegiados en los que se exponían con orgullo los logros materiales e intelectuales alcanzados por el país y se proponían las nuevas líneas de progreso.

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