Los orígenes de la orden Cisterciense se remontan a 1098, cuando
Roberto de Molesmes,
que había sido abad de un monasterio
benedictino, funda un convento en Cîteaux. La razón por la que abandonó su anterior abadía
fue porque, con el éxito que tuvo se ganó mucho dinero
y empezaron a ingresar monjes
poco piadosos. En busca de la pureza
de la pobreza,
Roberto y algunos
monjes abandonaron el monasterio.
Pero aunque Roberto
de Molesmes fue el inspirador
de la reforma
cisterciense, los que dieron un verdadero impulso
a la orden fueron Esteban
Harding (que fue el tercer
abad de Cîteaux
y se le cuenta entre los monjes
que abandonaron el monasterio de Molesmes) y, sobre todo, san Bernardo
de Claraval. Bernardo
creó una de las primeras
fundaciones cistercienses (por orden de Esteban Harding):
el monasterio de Claraval, del que fue abad. A lo largo de su vida fundó 68 monasterios.
Se le considera
uno de los fundadores de la mística
medieval y fue un inspirador
y organizador de las órdenes
militares. le preocupaba
enormemente la disciplina,
la austeridad, la oración y la simplicidad.
Su importancia para la orden del cister
fue tan grande
que en 1145 uno de sus discípulos
(Bernardo Paganelli
di Montemagno: Eugenio
III) fue nombrado
papa. Aun en la actualidad,
a los monjes
cistercienses se les llama monjes
bernardos o simplemente
bernardos.
Eligieron Cîteaux para fundar su monasterio por ser un terreno inhóspito,
cubierto por la maleza y alejado de la sociedad.
Pensaban que un sitio así era ideal para vivir la religión
tal y como ellos la concebían. La razón básica
de esta ubicación
era obtener el necesario aislamiento
del mundo laico.
En un primer
momento se juntaron
en el monasterio
veintiún monjes.
Los monjes cistercienses
reclamaban un retorno
a la pureza
originaria de la Regla de san Benito
y un cumplimiento
riguroso de ésta. La regla Benedictina fue escrita por Benito de Nursia en el siglo IV bajo la máxima:
ora et labora (reza y trabaja).
Asimismo, rechazaban los métodos jurídicos
usados por otras órdenes, en especial la cluniacense, para obtener beneficios
económicos, principalmente las donaciones.
Los monjes consideraban
que san Benito,
tanto en su vida como en la Regla, no había tenido
posesiones individuales ni dinero de donaciones, por lo que decidieron seguir
su ejemplo y vivir solo de su trabajo y sin patrimonio
propio.
Seguir estrictamente estas condiciones solo les dejaba
una vía para poder subsistir:
la explotación directa
de la tierra.
De esta manera,
los monjes cistercienses
cultivaban sus propios
alimentos y cuidaban
del ganado. Sin embargo, como tenían que atender a las obligaciones
del claustro decidieron,
con el permiso
del obispo, contratar
a conversos laicos y obreros
a sueldo para trabajar las tierras y a los que pusieron
al frente de los centros
agrícolas que fundaron
en el extrarradio
del monasterio (puesto
que la Regla los obligaba
a vivir en el claustro).
Utilizaron un sistema
de explotación basado
en una roturación
previa de la tierra, lo que les permitió perfeccionar
el utillaje y las técnicas
agrícolas y orientó
la explotación de las granjas
a la ganadería,
pudiendo obtener materias
primas como lana o leche.
Los productos cistercienses
alcanzaron gran fama por su sistema de producción innovador
y lógico y la orden obtuvo gracias
a los excedentes
ganancias que, puesto
que no podían
invertir en decoración
para la iglesia
ni en su restauración, las invirtieron en más explotaciones
y en la adquisición y mejora de utillaje.
Según Georges Duby las reformas
de los monjes
cistercienses y su impacto en la sociedad
pueden resumirse en dos puntos:
·
La base de la economía doméstica
pasa radicar en la explotación
directa del patrimonio.
·
Se inserta
la economía agraria
en los circuitos comerciales
o, dicho de otro modo, "la entrada
de la moneda
en el campo".
Otro aspecto importante
de la reforma
es la descentralización de las abadías
con respecto a Cîteaux: había abadías repartidas
por numerosos puntos
de Francia y la península
ibérica. Aunque cada año el abad de la “casa madre” hacía una visita
a las “abadías
hijas con el fin de mantener vivo el espíritu
de una gran familia.
La influencia de la orden cisterciense fue enorme: fue aceptada por el papado
en el IV Concilio de Letrán (1215)
y las órdenes
mendicantes y demás ordenes que se crearon
posteriormente lo hicieron
estructurándose según el sistema cisterciense.
A la muerte
de Bernardo en 1153, prosigue
la expansión de la orden aunque con menos intensidad,
pasando de trescientas
cincuenta abadías a alrededor de seiscientas cincuenta
en 1250. La orden refuerza
su presencia fuera de Francia,
en países, como Inglaterra, Alemania,
Italia y la península Ibérica,
Grecia y Oriente
Medio. El vigor inicial de Claraval es sustituido por Morimond y Cîteaux esperará
hasta la segunda
mitad del siglo XIII para crear nuevas
abadías como Royaumont
o L'Épau. A partir de 1200, se añade la proliferación de casas femeninas,
con la creación
de numerosas filiales
de Tart y Las Huelgas,
llegando a contar
con más de cuatrocientas abadías
a finales del siglo XIII.
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