A mediados del siglo XIX el nacionalismo parecía la mejor respuestas para cohesionar los
estados y nivelar las clases sociales pero entre 1880 y 1914 se convirtió en el principal factor de desestabilización política al aspirar varios imperios europeos a convertirse en entidades autónomas. Esto sería
una de
las
principales
causas del estallido de
la primera guerra mundial.
En Austria gobernó casi 70 años Francisco José I manteniendo un difícil equilibrio en varias
comunidades que querían tanto protección del imperio como cierta autonomía.
Las nuevas corrientes
nacionalistas
y liberales
también
afectaron
a Rusia y el zar Alejandro II vacilaba entre la occidentalización o mantener el destino eslavo, pero los
contactos con Europa difundieron las ideas para construir una sociedad más justa. El nacionalismo provocó cambios en el imperio otomano ya que los intereses
de varias potencias acabaron por dividir en
diferentes estados la zona balcánica.
1. EL DECLINAR DEL IMPERIO AUSTROHÚNGARO Y EL ASCENSO DE LA POTENCIA PRUSIANA.
Tras las victorias prusianas de Sadowa y Sedán despuntó un nuevo imperio compuesto
por 22
estados y tres ciudades libres y 42 millones de súbditos sometidos al Kaiser
Guillermo I.
Con la unificación de Alemania Bismark había optado por excluir a Austria, que era un imperio formado por 20
estados más Austria
y Hungría.
El imperio austrohúngaro.
Debilitado por las guerras italianas, agitado por los movimientos nacionalistas del 48, atacado por Napoleón III y humillado en Sadowa, el
imperio austrohúngaro
mantuvo
su cohesión hasta
1918.
Todavía
tenía la
solidez
necesaria para absorber la paste balcánica del imperio otomano. Este imperio estaba en el centro de Europa pero tenía salida al mar por el mar Adriático, pero no era suficiente para
su industrialización y crecimiento económico.
Francisco José I reinó durante 68 años, de 1848 a 1916. En este tiempo logró mantener centralizado el imperio a pesar de las corrientes revolucionarias pues se alió con la
iglesia y con
los grupos más conservadores de Viena. Ejerció un
gobierno autocrático que gobernaba sobre
una
pequeña clase terrateniente y una enorme masa campesina sin
tierras.
Las inversiones en ferrocarriles y otras grandes empresas permitieron cierta paz social y
modernización, pero los diversos pueblos aspiraban a tener ciertos derechos nacionales. Los nobles húngaros fueron los primeros en exigir una mayor autonomía y participar en
los
asuntos del gobierno. Se constituyó un estado federal dual donde Hungría pasó a ser un reino que
administraba de forma autónoma sus territorios con una constitución
propia, se establecieron unas cortes liberales independientes y una monarquía común. El 8 de junio de 1867 Francisco José I e Isabel de Baviera (Sissí) fueron coronados reyes
de Hungría.
Pero este acuerdo funcionó con
dificultad
ya que
el independentismo
húngaro iba en aumento. A su vez, la política de magiarización en el reino de Hungría, sobre eslovacos, croatas y rumanos impulsó a diferentes nacionalismos a radicalizarse
surgiendo dos tendencias encontradas. La primera planteaba la creación una Yugoslavia autónoma dentro de la monarquía austriaca, organizada en torno a una entidad política
propia, compuesta por croatas, serbios y eslovenos, la principal diferencia que tenían era la religiosa. La otra defendía el desarrollo de un nacionalismo serbio que pugnaba la
liberación de los eslavos del sur.
En Austria se dieron conflictos como el nacionalismo checo y de otras nacionalidades y el
equilibrio se
vino
abajo
con el nacimiento
de partidos
cada vez más radicales. El
liberalismo dinámico austriaco estaba cada vez más paralizado por los problemas de las
nacionalidades y superado por los partidos de masas. Ni el emperador ni los grupos conservadores fueron capaces de integrar a las nuevas fuerzas políticas en el entramado
del
poder. En 1907 había 30 partidos en el parlamento, lo que lo hacía en ingobernable.
Por último el
asesinato
del archiduque Francisco Fernando
en Sarajevo por un nacionalista serbio acabó con
la única posibilidad
de reorganizar el imperio.
1.2. La potencia prusiana.
El káiser
Guillermo I y su canciller
Bismark
habían proclamado el nuevo Reich en 1871 y había grandes diferencias económicas entre las zonas del este, oeste y sur casi feudales y la región industrializada de Renania, Silesia y Westfalia
donde las clases burguesas y capitalistas
dominaban, y eran
las
únicas partidarias de la unificación. También había diferencias en la religión donde había dos grandes confesiones; los protestantes, en su mayoría luteranos, estaban agrupados en
iglesias evangélicas presididas
por
un poder local y temeroso de la dependencia del papa y de los católicos. Sin embargo, las poblaciones no alemanas incorporadas al Reich
se sentían extrañas por la lengua y la religión.
Sobre todo los de habla danesa de Schleswig o los franceses de Alsacia y Lorena.
Las suspicacias de los estados del centro y del sur anexionados tras la última victoria
sobre
Austria habían firmado una serie de acuerdos según los cuales sus príncipes y
senados ejercerían una soberanía conjunta a la vez que delegaban en el Reich asuntos como las relaciones internacionales, el sistema aduanero, la organización bancaria o la
moneda.
En el ámbito
internacional, la
política
exterior
diseñada por Bismark
compatibilizó los intereses
de los estados nacionales y los extranjeros asegurando una
etapa
de
paz.
Para alcanzar la máxima igualdad entre estados federados, el Reich impulsó una política
monetaria y de transportes común. Se creó el marco como única moneda y empezó a competir en los mercados internacionales con las libras o francos. A partir de 1873 se estableció el patrón oro y dos años después el banco de Prusia pasaba a convertirse en
una
sociedad anónima dependiente del estado, llamado Reichsbank. Este nombraba a sus directivos y controlaba su presupuesto.
En cuanto
a los ferrocarriles, aumentó en
10.000
km en cuatro años. La
crisis económica de 1873 facilitó la compra por la administración federal de gran parte de las
compañías privadas.
Las grandes inversiones
públicas
fueron
posibles gracias a la
integración
de la
producción de las zonas industriales de Alsacia y Lorena así como la recepción de
indemnizaciones de guerra. Aumentaron los precios y salarios, y con ello las inversiones.
La producción
de hulla
se duplicó
y la de hierro se triplicó. Esto incitó a los terratenientes a solicitar del gobierno una política librecambista, hasta suprimir los aranceles con Francia por una cláusula de nación más favorecida pero una fuerte inflación que terminó en la crisis económica y financiera de 1873, la que produjo un
descenso del
consumo del hierro, aumento del desempleo y empobrecimiento de las clases medias. Los
terratenientes y los industriales solicitaron protección del gobierno
frente a la competencia del hierro británico o el algodón turco y el comercio exterior pasaron a ser regulado por la ley
arancelaria de 1879. Alemania se convirtió en un bloque económico que
potenció la
integración de
todos
los
estados
del reich. La burguesía
industrial
y los
terratenientes
quedaron
blindados, apoyando la
política conservadora.
La unificación y el crecimiento económico no hubiesen sido posibles de no haberse
diseñado una
estructura política autocrática muy efectiva. La constitución alemana excluía
del
poder a los partidos políticos, no intervenían
en la designación
del canciller ni
del
gobierno. Estaban los conservadores y los liberales. Los primeros se dividían en dos
grupos, los clásicos, terratenientes en contra de la unificación y los jóvenes, moderados, altos funcionarios y capitalistas. Ambos acabarán
por
constituir el partido alemán conservador, fieles al emperador y a la iglesia. Por otro lado, los liberales, divididos en
nacionales,
partidarios de
la unificación
y progresistas, clases medias urbanas, comerciantes, industriales… a partir
de ese momento a los socialistas, se convirtieron en
enemigos del canciller. Los socialistas también estaban divididos en dos grupos, los que
deseaban integrarse en
el sistema parlamentario y los que insistían
en destruirlo.
En 1871 nacía un partido católico, el Zentrum, contra el que Bismark entabló una feroz
batalla.
1.3 La hegemonía internacional alemana.
El sistema de alianzas. Bismarck se convirtió
en el árbitro europeo con un objetivo muy claro: mantener el statu quo alcanzado en 1870 y para eso tenía que aislar a Francia e Inglaterra y facilitar el entendimiento con
Rusia, Italia y Austria. A Francia la consideraba su enemiga natural e incitó sus ansias colonialistas
para
alejarla de los asuntos europeos y de paso enemistarla con Gran Bretaña. Con
Austria mantuvo
una política
de colaboración.
En cuanto a Rusia,
Bismarck creía que lo mejor
era neutralizarla apoyando a Austria en
su extensión por los Balcanes. Entre 1872 y 1878 se firmaron una serie de acuerdos entre Alemania, Austria y Rusia basados en la solidaridad monárquica en contra del republicanismo francés.
1.4 La cuestión de oriente.
La crisis internacional de 1877 en los Balcanes dio la
posibilidad a Bismarck de actuar como árbitro. Serbia y Montenegro declararon la guerra
al imperio otomano, a quien pertenecían, y Rusia aprovechó para declarar la guerra a Turquía. Inglaterra envió una flota al mar negro para detener a los rusos, que querían
hacerse con el Bósforo, Rusia obligó a Turquía a firmar el acuerdo de san Stéfano por el
que constituía la gran Bulgaria. Las protestas de Viena y Londres y el miedo de Alemania a un pacto franco-ruso llevó
a Bismarck a reunir el congreso de Berlín a todas las potencias y permitió alcanzar
una serie de acuerdos
que mantuvieron en paz
los Balcanes hasta comienzo del siglo XX. En esta reunión se revocaron varios apartados del tratado de san Stefano, que se entendían demasiado beneficiosos para Rusia. La gran
Bulgaria,
que ocupaba
del Egeo al
Negro, se dividió
en dos;
Rumania,
Serbia y Montenegro mantuvieron su independencia frente al
imperio turco, aunque
fueron
reducidos en extensión. Armenia quedaba bajo el dominio turco; Bosnia-Herzegovina pasó a ser administrada por Austria; Inglaterra ocupó Chipre y Francia e Italia vieron reconocidos sus intereses
sobre Tunicia y Tripolitana. Bismarck incorporó una
cierta
flexibilidad hacia Francia y propició el acercamiento a Austria para crear un bloque más
sólido.
Entre 1879 y 1885, Bismarck practicó una política internacional basada en
tres
líneas fundamentales. La primera fue la firma en 1789 de un tratado defensivo con Austria para evitar una posible agresión rusa. Pero el miedo constante a Francia exigía un nuevo
acercamiento a Rusia, lo que dará una firma de una entente en 1881 entre los tres imperios.
El acuerdo pretendía asegurar por tres
años
la neutralidad en cualquier conflicto frente
a una
potencia
ajena
al acuerdo. Bismarck
buscó el apoyo de otros países y firmo con Italia la triple alianza junto a Austria en 1882.
Este complejo entramado para aislar a Francia aún se reforzó más con dos nuevos tratados,
uno anglo-italiano,
firmado en 1887, que
aseguraba
el statu quo en el mediterráneo. La política de Bismarck funcionó hasta la subida al poder de Guillermo II, su deseo de expansión y protagonismo y su falta de entendimiento con el canciller le llevaron a cesar a éste.
2. LA RUSIA ZARISTA Y SU POLÍTICA DE EXPANSIÓN.
El territorio de los zares se regía a fuerza de decretos ejecutados por la acción policial y por el ejército. El poder de los Romanov era absoluto. Como jefes de la iglesia y del
estado eran venerados y obedecidos. La derrota de Napoleón en 1812 le había asegurado
un lugar preferente
en el exterior y empezó a extenderse conquistando territorios de Polonia y Finlandia en Europa y el Cáucaso, a costa del imperio persa. A mediados del
siglo XIX Rusia era la mayor
potencia continental. Nicolás I accedió al trono en 1825, era un magnifico militar pero era contrario a las ideas revolucionarias. Sus intervención en
Polonia
en 1831 y en Hungría en 1849 le dieron el título de “El gendarme de Europa”. Rusia tenía grandes problemas económicos y la brecha abierta entre los ingresos y los gastos estatales era difícil de cerrar. La pobreza provocaba numerosos estallidos de
violencia produciéndose levantamientos. Los campesinos no eran los que criticaban al gobierno, sino la aristocracia, la pequeña nobleza rural y la iglesia,
hasta el punto de terminar liquidando la institución básica del régimen zarista: la esclavitud legalizada, la servidumbre. Nicolás II se negó a abolir la servidumbre de la gleba aunque permitió a los
terratenientes gobernar a sus campesinos y mejoró la suerte de los siervos propiedad del
gobierno. Sería su sucesor Alejandro II
el que aboliera la servidumbre en 1861.
2.1 La expansión hacia el sur.
El enfrentamiento con Francia y Gran Bretaña por el
dominio del mediterráneo no fue el principal factor que motivó la guerra de Crimea,
aunque buscaba su salida hacia el Bósforo y los Dardanelos. Se trataba más de una cruzada
en defensa de los cristianos balcánicos y el catolicismo ortodoxo de los santos
lugares y una defensa del suelo sacrosanto ruso, motivo por el cual quería derrotar al
imperio turco del sur.
El ejército ruso cometió
muchos
errores tácticos. A pesar de
ello pudo defender
Sebastopol durante casi un año, y seis meses antes el zar moría en San Petersburgo. Le
sucedió Alejandro II que tuvo que firmar el tratado de París
y perdió gran parte de su
influencia sobre los príncipes alemanes y de la zona balcánica, cediendo las bocas del Danubio y aceptar la
desmilitarización del mar negro.
En el interior, las teorías nacionalistas contrarias al centralismo zarista fueron haciendo
mella. La rusificación dictada por Nicolás I resultó contraproducente para mantener la
unidad en el complejo de los territorios zaristas; el nacionalismo polaco, italiano, estonio o ucraniano
se recrudecieron.
Por
otra
parte,
el ejército arcaico y la
falta
de modernización de su marina
le
alejaron
cada vez más del poder
internacional.
3. EL IMPERIO OTOMANO, “EL ENFERMO DE EUROPA”.
En 1830 perdió Grecia y las revoluciones nacionalistas posteriores fueron desgajando un
imperio que
era imposible de
sostener. Los territorios
balcánicos, habitados por rumanos, serbios o búlgaros exigían el derecho. A una existencia independiente fueron
constituyendo nuevos estados. El imperio austriaco o el ruso lo veían como una vía de
expansión, buscando así una salida al mar y dominar el mediterráneo oriental aunque en Turquía también tenía
intereses Francia y Gran
Bretaña.
El
imperio
tusco,
a
mediados
del
siglo
XIX
aún
se
sustentaba
sobre
las
estructuras
del
antiguo
régimen,
gobernado
por
una
administración
corrupta,
u
ejército
débil
y
una
teocracia
que
impedía
modernizarse.
Era
un vasto
imperio,
y además
incluía
dos
religiones
muy
diferentes,
la
musulmana
y
la
ortodoxa
pero
lo
peor
eran
los
graves
problemas económicos y las medidas
adoptadas
por
los diferentes
sultanes
no
llegaban
a
ninguna parte
y
la ampliación
de
la marina,
sostener
al
ejército o los
gastos
de
palacio
le
condujeron
a
la
bancarrota. Las
potencias
europeas
no
aceptaban
la
ocupación
rusa
de
los
territorios
y
en
el
tratado
de
París
tras
la
guerra
de
Crimea
Turquía
fue
manejada
al
antojo
de
las
potencias
y
consiguió
vivir
gracias
al
apoyo
de
sus
aliados
aunque
perdió
algunos
territorios
y
permitir la libre
navegación
por
las
bocas
del Danubio y
la neutralización
del mar negro.
A
partir
de
ese
momento
y
hasta
1914
el
imperio
turco
se
fue
disolviendo
al
perder
diferentes
territorios.
Los
movimientos
de
liberación
nacionalistas
provocaron
la
emancipación
en
la
zona
balcánica.
En
1875,
con
un
gobierno
en
bancarrota,
estallo
la
insurrección
en
Bosnia,
Bulgaria,
Serbia
y
Montenegro,
en
medio
de
una
crisis
que
desembocó
en
la
guerra
ruso-turca.
Tras la
firma
del
tratado
de San
Stefano
Rusia
ocupó
la
mayor
parte
de
los Balcanes,
aunque esta
zona le
fue
devuelta
a
Turquía
en
1878
en el congreso
de
Berlín.
Los
territorios
turcos
de
África
del
norte
o
el
Asia
menor
también
aumentaban
su autonomía
o eran
invadidos
por
las
potencias
europeas.
La
crisis
económica
y
el
aumento
de
las
revueltas
nacionalistas
terminó
con
el
último
sultán
Abdul
Hamid
II,
depuesto
en
1909.
Turquía
firmó
una
alianza
defensiva
en
1914
con
Alemania
y tras el
conflicto
bélico
desapareció
el
imperio
otomano.
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