Las Guerras Púnicas (264 – 201 a.C.)
Antecedentes
Contexto del Mediterráneo Occidental a comienzos del siglo
III a.C.
Cartago,
fue fundada a finales del siglo IX, como una factoría comercial por la ciudad
fenicia de Tiro. Terminó convirtiéndose, a partir del siglo VII a.C., en el más
importante de los establecimientos fenicios del Mediterráneo occidental.
La
principal actividad económica era el comercio de los metales, el cual pronto
hubo de sufrir la competencia de los griegos. Pero, en esta competencia entre
griegos y púnicos, se insertó, a partir del siglo VII a.C., un tercer factor
con los etruscos.
Alianzas púnico-romanas
Cartago, una vez derrumbada la potencia etrusca, necesitaba
un nuevo aliado, que sirviera de contrapeso contra Siracusa en el Mediterráneo
occidental. Este aliado solo podía ser Roma. La consecuencia fue la firma de
varios tratados en los que Cartago veía asegurada su zona marítima a cambio de
reconocer las pretensiones romanas sobre el Lacio.
En el siglo III a.C., Roma, tras consolidar su posición en
la Italia central, se enfrentó a Tarento, la más fuertes de todas las ciudades
griegas de la Magna Grecia, que
recurrió a Pirro, que pretendía crear un imperio occidental griego, y, por
consiguiente, en contra de los intereses tanto romanos como cartaginenses. El
enemigo común hizo que Roma y Cartago se volvieran a unir en alianza, firmada
en el 279 a.C. La victoria sobre Pirro alejó este peligro del horizonte y dio
finalmente a Roma la hegemonía sobre toda Italia. Pero, de este modo, Cartago y
Roma, entraban en inmediata vecindad y, con ello, en una posible colisión de
intereses, que se acabó produciendo en el año 264 a.C.
La Primera Guerra Púnica (264 – 241 a.C.)
Las Causas del Conflicto
Por un lado se encuentra la cuestión de los “estados
campanos”. Los mamertinos eran bandas de mercenarios itálicos, sobre todo, de
la región de Campania, que desde finales del siglo V a.C. eran requeridos en
Sicilia por griegos y cartagineses, para prestar sus servicios como mercenarios
en las luchas que se mantenían en la isla. Pero una vez que cumplían con su
objetivo, seguían con la práctica de las armas en provecho propio, saqueando
ciudades o, incluso, apoderándose de ellas. Así se habían formado los “estados
campanos”, estados semibárbaros, que introdujeron un nuevo elemento de
inestabilidad en la isla.
Entendiendo este contexto que se vivía en Sicilia, se puede
entender, el casus belli de Messana,
la cual había caído en poder por una de estas bandas en el año 286 a.C. y
utilizándola como centro de control, extendieron su actividad por todas las
regiones vecinas. La ciudad más perjudicada por esto era Siracusa. Los campanos
recurrieron entonces a Cartago, que colocó de inmediato una guarnición en Messana.
Pero, o bien los mamertinos, asustados de Cartago, buscaron quien les liberase
de ella, o fue el propio gobierno romano el que, interesado en Sicilia,
encontró en Messana agentes que solicitaran su intervención. En todo caso, esta
petición de ayuda fue cursada y el gobierno romano decidió el envió de un
cuerpo expedicionario, que ocupó la ciudad en el 264 a.C.
Pero los verdaderos motivos de la guerra, sin menos preciar
la cuestión de Messana, hay que buscarlos en la peligrosa coincidencia de intereses
de Cartago y Roma en una región privilegiada por la fertilidad de su suelo, la
riqueza de sus ciudades y su posición clave en el centro del mediterráneo. Las
ambiciones económicas de una parte importante de la oligarquía romana y la
práctica política de un Estado acostumbrado a resolver cualquier conflicto
exterior con soluciones bélicas, convirtieron el limitado incidente en una
larga guerra.
Comienzo y desarrollo de la Primera Guerra Púnica.
Un ejército púnico-siracusano sitió Messana, pero la llegada
del cónsul Apio Claudio, con dos legiones logró salvar la ciudad.
En el 263 a.C. fueron enviados a Sicilia los dos cónsules
romanos, junto con cuatro legiones, que concertaron sus esfuerzos en la más
débil de la alianza, Siracusa, para aislarla y forzarla a firmar la paz con
Roma. La débil alianza no aguantó e Hierón, rey de Siracusa, aceptó la paz
separada con Roma, que puedo contar desde ahora con un valioso aliado y con los
recursos de la floreciente ciudad siciliana.
Roma tomó la iniciativa en el conflicto con el asedio de
Agrigento, cuartel general de los cartagineses. La ciudad cayó en el 262 a.C. A
pesar de esta conquista por parte de Roma, la verdad es que Cartago podía
resistir gracias a sus posesiones en el noroeste de Sicilia; aun así tomó la
decisión de utilizar su poderosa armada, con la que se dedicó a devastar las
costas de Italia. Roma necesitaba también una flota, que logró gracias a la
contribución de las ciudades del sur de Italia. Los romanos consiguieron su
primera victoria naval en aguas de Mylae, aunque no pudieron desalojar a los
cartagineses de la isla.
Era precisa una nueva iniciativa, un ataque directo al
corazón del enemigo. En el año 256 a.C., ingentes fuerzas fueron embarcadas al
mando de los cónsules y, tras vencer en el cabo Ecnomo a la flota cartaginesa,
arribaron a la costa africana y comenzaron una serie de victoriosas
operaciones. Pero la aproximación del invierno y las dificultades para
aprovisionar a tan gran número de tropas provocó la decisión del Senado de
reclamar a uno de los cónsules con el grueso de las tropas.
En África se quedaron unos 15.000 hombres al mando de
Régulo, que, incluso, llegó a apoderarse de la ciudad de Túnez. La proximidad
romana y el peligro de sublevación de las tribus númidas, del sur de Cartago, empujaron
al gobierno púnico a iniciar conversaciones de paz con el cónsul, que
fracasaron.
Cartago se preparó para preparar la guerra con la
contratación de tropas mercenarias griegas y el ejército de Régulo fue
aniquilado en el 255 a.C.
La guerra quedó estancada en limitadas operaciones
circunscritas a Sicilia, con parciales éxitos romanos, pero también con grandes
derrotas.
El desgaste de este tipo de guerra de posiciones, con las
negativas consecuencias que tuvo en la moral de las tropas romanas y, sobre
todo, en el Tesoro del Estado, empujó al gobierno romano a un último esfuerzo
en el mar. Gracias a los recursos de la confederación itálica, Roma pudo armar
doscientas naves, que se enfrentaron a los púnicos en las Islas Égates, en el
241 a.C. La rotunda victoria romana empujó a los púnicos a pedir la paz, cuyas
condiciones supusieron para Cartago la evacuación de Sicilia y de las islas
adyacentes, la prohibición de hacer la guerra a los aliados de Roma, la
devolución de los prisioneros sin rescate y el pago de una fuerte
indemnización.
La Política Exterior de Roma en el período de Entreguerras.
El Tirreno
Hay dos ítems importantes en la política exterior de Roma entre
los años 241 a.C. y 218 a.C.: La
anexión de Sicilia y la conquista de Córcega y Cerdeña. Como consecuencia de
esta política de anexiones se crearán las primeras provincias en el 227 a.C.
Como consecuencia de la paz estipulada con Cartago, Sicilia
entró a formar parte del estado romano, pero no en calidad de aliada, sino como
un territorio sometido por derecho de conquista, a excepción de Siracusa, que
siguió siendo aliada. Los habitantes de Sicilia no tenían ningún derecho
político y estaban obligados al pago de un tributo anual. Pero la anexión de
Sicilia no bastaba para crear un cinturón que protegiera a Roma de Cartago, ya
que Cartago aún mantenía bases importantes en la isla de Cerdeña.
La grave crisis económica que sufría Cartago, como consecuencia
de la derrota, impidió hacer efectivos los pagos y las promesas económicas
hechas a los mercenarios que habían utilizado en el conflicto. Estos
mercenarios fueron concentrados en la ciudad de Cartago, donde el descontento
termino desembocando en una sangrienta insurrección, a la que se unieron las
guarniciones destacadas en Cerdeña. El Estado púnico encontró los recursos
suficientes para sofocar la sublocación en África, empujo a los insurrectos de
Cerdeña a pedir auxilio a Roma. El gobierno romano decidió enviar tropas y se
hizo con el control de la isla en el 237 a.C.
Estas anexiones que se producen en estos momentos por parte
de Roma, lleva a que en el año 227 a.C. se creen las primeras provincias. El
gobierno romano decidió organizar establemente tanto el orden provisional
establecido en Sicilia como en las nuevas conquistas. Decidió convertir estos
territorios en ámbito de jurisdicción permanente (provincia) de un magistrado
con imperium. Así se amplió el número de pretores de dos a cuatro.
El Adriático
En el mar Adriático el problema se encuentra con la
piratería llevada a cabo en el reino Ilirio. En las costas dálmatas se habían
dado lugar desde antiguo a la proliferación de la piratería, recurso del que
vivían las tribus ilirias. Desde mediados del siglo III a.C., se había ido
formando un estado fuerte y centralizado, que, bajo el rey Agrón y, luego, de
su viuda Teuta, convirtió la piratería en una verdadera industria nacional.
Esto afectaba al comercio y a la integridad de las ciudades griegas y de las
ciudades del sur de Italia.
Un ejército expedicionario romano obligó a Teuta a renunciar
a cualquier acción al sur de la ciudad de Lissos, en la llamada primera guerra iliria (229-228 a.C.).
Numerosas ciudades griegas firmaron con Roma acuerdos de amistad.
Poco después, Demetrio, dinasta de la isla de Faros, se hizo
con el control del reino ilirio, y, siguiendo los pasos de Teuta, recrudeció
los ataques piratas contra las costas occidentales griegas. Ante esto, un
ejército romano, enviado a la costa dálmata, en el 221 a.C., obligó a Demterio
a buscar refugio en la vecina Macedonia, produciéndose así la segunda guerra iliria (221 – 219 a.C.).
Roma conquistó la isla de Faros y restauró el “protectorado” sobre las ciudades
griegas.
Las Fronteras septentrionales de Italia
En el norte de Italia, las tribus galas que poblaban la
llanura del Po, comenzaron a manifestar una imprevista agresividad, y en el 226
a.C., descendieron a través de los Apeninos, hasta umbría y Etruria. Un
ejército romano alcanzó al ejército bárbaro y deshizo sus fuerzas en el 225 a.C.
Pero el gobierno romano no se dio por satisfecho con la
victoria y busco una solución más duradera, que pasaba por el sometimiento de
las tribus al sur del Po y la anexión del territorio de la Galia cisalpina.
Entre el 224 y el 222 a.C., se aseguraron el sometimiento del territorio entre
los Apeninos y el Po.
La conquista de la Galia cisalpina fue completada con la fundación
de colonias y con la construcción de una gran calzada a través de los Apeninos,
la via Flaminia.
La Segunda Guerra Púnica (218 – 201)
Cartago y la conquista de la península Ibérica
Tras la derrota sufrida en el 241 a.C., Cartago hubo que
hacer frente a la gravedad interna desatada por la rebelión de los mercenarios.
Ante la urgente necesidad de reconstrucción económica y la búsqueda de los
indispensables medios para hacer frente al pago de las indemnizaciones y a la
reorganización de las fuerzas armadas, la oligarquía de Cartago optaba por
soluciones divergentes: los grandes propietarios agrícolas, dirigidos por
Annón, rechazaban nuevas aventuras ultramarinas y abogan por un incremento de
la exploración agrícola en las tierras del interior; por otro lado, los
estamentos militares y mercantiles, guiados por Amílcar Barca, deseaban
compensar la pérdida de Sicilia y Cerdeña con la expansión por territorios al margen
de las prohibiciones impuestas por Roma; el objetivo era la península Ibérica.
Triunfa la facción militar, y en el 237 a.C., Amílcar
recibió el encargo de iniciar la conquista de la península ibérica. Tras
adueñarse del valle del Guadalquivir y de la región minera de Sierra Morena,
encontró abierto el camino hacia la costa mediterránea. Amílcar muere en el 229
a.C.
El ejército aclamó entonces a su yerno Asdrúbal, y la
asamblea popular de Cartago ratificó la decisión. Logró atraer la amistad de
los reyezuelos indígenas y puso las bases de la organización del dominio púnico
en la península, que corono con la fundación de una nueva ciudad, Cartago Nova, como capital u centro
administrativo del nuevo imperio. En poco tiempo, Cartago, estuvo en
condiciones de poder pagar por adelantado la deuda de guerra con los romanos.
El estado romano contemplaba con preocupación la
recuperación de Cartago, y en el 226 a.C., Roma se decidió a enviar una
embajada para tratar con Asdrúbal una línea de demarcación, que limitara la
expansión púnica en la península: de acuerdo con el llamado “tratado del Ebro”, Cartago no podría
llevar la guerra al norte de dicho río.
Aníbal y el “casus belli” de Sagunto
Asdrúbal murió en el 221 a.C. y el mando del ejército púnico
en la península fue asumido por Aníbal Barca, hijo de Amílcar Barca,
excepcional estratega. Reemprendió la actividad militar en la península,
llegando, en el interior, hasta la submeseta norte. En el 219 a.C., Aníbal,
puso asedio a Sagunto. La ciudad se encontraba al sur del Ebro, pero unos años
antes, en circunstancias poco claras, había firmado una alianza con Roma.
Sagunto resistió el asedio durante ocho meses, hasta que,
hubo de rendirse, sin que Roma enviase fuerzas en su ayuda. Sólo tras la caída
de Sagunto, el senado romano exigió a Cartago la entrega de Aníbal y de sus
consejeros, así como la evacuación de la ciudad. Ante la negativa del gobierno
púnico, Roma, en la primavera del 218 a.C., declaró la guerra.
Así se inició la segunda
guerra púnica, lógico desenlace a una situación cada vez más tensa entre
las dos potencias mediterráneas.
Aníbal en Italia
Aníbal tomó la iniciativa en la guerra con una sorprendente
y audaz estrategia: llevar la guerra a Italia, dado que, en el mar, los
romanos, gracias a la posesión de las grandes islas (Sicilia, Córcega y
Cerdeña), contaban con una clara ventaja. Aníbal induciría a muchos de los
aliados de Roma a abandonar la confederación para pasarse a su bando. De este
modo, debilitaría a Roma, y la convertiría en un factor de poder de segundo
orden.
En el 218 a.C., Aníbal, emprendió la marcha con un ejército
de 30.000 hombres, y antes de que Roma pudiera reaccionar, ya había cruzado los
Alpes y se encontraba en la llanura del Po. Hasta allí acudió a marchas
forzadas el ejército romano, al mando del cual estaba Publio Cornelio Escipión.
Escipión, se retiró a la espera de la llegada de otra facción del ejército
romano, al mando del otro cónsul, Sempronio Longo, que había recibido la orden
de acudir a toda prisa al norte de Italia. El choque de fuerzas concluyó con
una sangrienta derrota romana. Y, como había esperado Aníbal, los celtas del
vallo del Po, se sublevaron y pasaron en masa a engrosar las fuerzas
cartaginesas.
La imprevista invasión de Italia no había impedido que el
hermano de Publio Cornelio Escipión, Cneo, embarcara hacia la península
ibérica, con el propósito de impedir el envió de refuerzos a Aníbal. Publio,
marchó a reunirse con su hermano Cneo y ampliaron el frente en la península. Se
alistaron también nuevas legiones, distribuidas estratégicamente en los puntos
cruciales que defendían Italia.
Los nuevos cónsules del 217 a.C., Servilio y Flaminio, acudieron
con sus ejércitos. Flaminio, viejo héroe de guerra contra los galos, cubría el
camino de la costa tirrena, su colega vigilaba la vía del Adriático. Aníbal
eligió una tercera ruta de acceso, apenas practicable, a través de los pasos
centrales de los Apeninos, y alcanzó así el río Arno. Flaminio lo siguió y se
enfrentaron en el lago Trasimeno, con
una gran derrota por parte romana, en la que murieron unos 25.000 hombres,
entre ellos el propio cónsul.
La derrota del Trasimeno empujó al senado a adoptar medidas
extremas con el nombramiento de un dictador, en la persona de Quinto Fabio
Máximo. Fabio puso en marcha una estrategia de seguimiento, en espera de que
los cartagineses fueran consumiéndose hasta que llegase el momento de
aniquilarlo. Pero, concluido los seis meses de dictadura, en el 216 a.C., los
nuevos cónsules, Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo, intentaron una vez más
el encuentro directo con Aníbal en Cannas,
donde el ejército romano fue nuevamente derrotado.
La generalización del conflicto
Las repercusiones de Cannas
no se hicieron esperar. Aníbal comenzó a ver materializados sus propósitos
estratégicos de separar a un número considerable de la alianza romana. Pero fue
un existo limitado, porque el núcleo de aliados de la Italia central cerró
filas en torno a Roma. Así lo comprendió el propio Aníbal, que renuncio a
marchar contra la ciudad de Roma y se dirigió a Campania.
En Roma, se volvió a las tácticas de Fabio, pero también se
reforzó el aparato bélico. Para ello, era preciso sanear el lamentable estado
de las finanzas públicas con medidas como la duplicación del impuesto sobre la
propiedad, entre otros.
La inversión de medios era tanto más necesaria cuanto que la
guerra estaba complicándose con la extensión del conflicto a otros frentes. En
la península ibérica, los hermanos Escipión, desde Tarraco, habían logrado
pasar el Ebro y mantenían inmovilizado a Asdrúbal, hermano de Aníbal,
impidiéndole el envío de refuerzos a Italia. Pero, en contra partida, Aníbal
lograba, en el 215 a.C., la alianza con el rey Filipo V de Macedonia y, poco
después, la del estado siciliano de Siracusa.
Las cláusulas del tratado púnico-macedonio preveían la
obligación de recíproca ayuda contra el común enemigo, Roma. Filipo V, se
contentó con apoderarse de las posesiones romanas en Iliria; Roma, por su
parte, estipuló un acuerdo con la liga etolia, vieja enemiga de Filipo V, y
envió tropas a Grecia, que mantuvieron al rey macedonio atado a suelo griego.
Así comienza la primera guerra macedónica.
En Italia, la dirección de la guerra fue asumida, en el 215 a.C.,
por los cónsules Fabio Máximo y Marco Claudio Marcelo. Las operaciones
decisivas se desarrollaron en la región de Campania y su punto culminante fue
el asedio de Capua en el 212 a.C.
Capua cayó al años siguiente y el general púnico hubo de abandonar Campania
para retirarse hacia el sur. Por otra parte, Marcelo, tras dos años de asedio,
logro entrar en Siracusa y volvía a someter a la isla bajo control romano.
A partir del año 210 a.C., Aníbal hubo de contentarse con
mantener una guerra de supervivencia, estando aislado y sin libertad de
movimiento.
Publio Cornelio Escipión, y la Conquista de Hispania
Un giro decisivo en la guerra se verificó en el año 210 a.C.,
con la aparición en escena de Publio Cornelio Escipión, hijo del cónsul vencido
en Tesino, que con veinticuatro años de edad estaba al mando de las legiones en
Hispania.
Las operaciones militares que, con éxitos apreciables, como
la reconquista de Sagunto, llevaban a cabo los hermanos Escipión, habían tenido
un trágico fin con la derrota y muerte de ambos comandantes en el 211 a.C. El
joven Escipión, consiguió atraerse a buen número de tribus indígenas, que le
proporcionaban víveres y recursos humanos con los que intentó un audaz golpe de
mano: la conquista de la principal base púnica, Cartago Nova, que cayó en sus
mano en el 209 a.C. Escipión avanzó por el valle del Guadalquivir, y en el año
206 a.C. completaba la expulsión de los cartagineses de territorio hispano,
pero el joven comandante no pudo impedir que Asdrúbal atravesara los Pirineos
para acudir con un ejército en ayuda de su hermano.
Los últimos años de guerra
Asdrúbal atravesó el vallo del Po y se dirigió hacia el sur
para unirse con Aníbal, pero no logró su objetivo. El ejército púnico fue
destruido, y con ello, se desvanecía para Aníbal las últimas esperanzas de
poder revitalizar la guerra en Italia.
Mientras tanto, en el frente oriental, la concentración de
los esfuerzos en Italia e Hispania había obligado a Roma a evacuar de Grecia las
fuerzas militares que mantenía empeñadas en la lucha contra Macedonia. Los
etolio, sin el apoyo romano, se vieron obligados, en el 206 a.C., a firmar una
paz por separado con Filipo V, y la propia Roma llegó a un acuerdo de
compromiso con Macedonia, dando así por acabada la primera guerra macedonia, con la paz de Fénice, en el 205 a.C.
El victorioso regreso de Hispania de Escipión, le dio la
base propagandística necesaria para alcanzar el consulado en el 205 a.C. En la
primavera del 204 a.C., el joven cónsul desembarcaba en África con un poderoso
ejército; las poblaciones indígenas, sometidas a Cartago, lo acogieron con
simpatía y adquirió una alianza con el Príncipe Massinisa. El gobierno púnico,
ante el inminente peligro, se vio forzado a reclamar a Aníbal la vuelta a
Cartago.
El encuentro decisivo tuvo lugar en Naraggara, cerca de Zama, en el 202 a.C., y acabó con la
derrota del general cartaginés. Fue el propio Aníbal quien aconsejó al senado
cartaginés aceptar las condiciones de paz: entrega de todos los elefantes y
naves, prohibición de hacer la guerra sin el permiso de Roma, incluso en
territorio africano, el pago de 10.000 talentos de plata (unos 260.000 kilos de
plata) y reconocimiento de Massinisa como rey de Numidia. La paz fue concluida
en la primavera del 201 a.C. y Escipión regresó de África para recibir en Roma
un delirante triunfo y el sobrenombre de “Africano”.
Con la victoria en esta segunda guerra púnica, el estado
romano se instalaba como la primera y única potencia del Mediterráneo occidental.
Intervención de Roma en
el Mediterráneo Oriental, en el mundo Helenístico.
Tras la victoria sobre Cartago en la segunda guerra púnica,
Roma extiende sus intereses a todo el ámbito del Mediterráneo. Su dominio es
conocido como el “imperialismo romano”.
Oriente a fines del siglo III a.C.
La desmembración del imperio creado por Alejandro Magno dio
origen a una serie de estados, cuyas relaciones eran muy inestables. Existían
tres grandes estados o reinos helenísticos –Macedonia, Egipto y Siria o imperio
Seléucida- que se disputaban el control del Mediterráneo oriental. El Egipto de
los Ptolomeos, y la monarquía seléuicida de Siria mantenían constantes luchas
en las costas sirio-palestinas, mientras Macedonia se inclinaba del lado
seléucida, al contemplar a Egipto como un rival en el control del Egeo.
Macedonia, continuaba su tradicional política de control
sobre las viejas poleis griegas,
donde habían surgido formaciones estatales a través de las ligas, que pretendían romper el tradicional particularismo de las
ciudades-estado. Las ciudades insulares y de la costa oriental del Egeo, se
debatían en una precaria autonomía entre los dos colosos, Egipto y Siria; solo
la república mercantil de Rodas estaba en condiciones de perseguir una política
independiente.
En el año 204 a.C., moría Ptolomeo IV, y el reino de Egipto
quedo en manos de un niño de cinco años, Ptolomeo V, por lo tanto entraba en un
periodo de inestabilidad y debilidad. Ante este hecho, Filipo V de Macedonia y
Antíoco III del reino Seléucida, firmaron un acuerdo secreto para repartirse
las posesiones egipcias en Asia y el Egeo. La actividad de Filipo V en el Egeo
no solo perjudicaba a Egipto, sino a otros estados de la zona, en especial a Rodas
y Pérgamo, que decidieron acudir ante el senado romano en demanda de ayuda
contra la política expansionista de Macedonia.
El senado, decidió enviar una comisión a Oriente para
imponer a Filipo V, en forma de ultimátum, el cese de las hostilidades contra las
ciudades griegas y las posesiones egipcias, así como el pago de una
indemnización a Pérgamo. La negativa de Filipo a aceptar estas imposiciones
desencadenó la declaración de guerra por parte de Roma en el 200 a.C. Esta
fecha es la aceptada por la mayoría de historiadores, como el principio de la
política imperialista de Roma.
Hipótesis sobre los factores que desencadenan el
Imperialismo y definición del término.
Hay múltiples hipótesis y explicaciones de los factores o
causas del desencadenamiento de este cambio en la política exterior romana.
Este término es muy discutido por los historiadores
modernos, que se plantean si es aplicable o no el término imperialista para
definir la política exterior de Roma. No solamente significa la expansión
territorial por medio de la fuerza, sino que hay distintos factores; por
ejemplo, puede referirse al dominio político.
El término imperialismo, es la política consciente
desarrollada por un Estado, de manera continuada en el tiempo, con la finalidad
de obtener dominios territoriales los más amplios posibles para su explotación
directa o bien obtener una posición política hegemónica que permita
indirectamente el control igualmente sobre regiones y sociedades más o menos
amplias.
En lo que están de acuerdo todos los historiadores que es a
partir del año 200 a.C. empieza a dar los primeros pasos imperialistas, en
cambio no están de acuerdo en las causas y consecuencias de este imperialismo
en el desarrollo del imperio romano y sus instituciones, también en el ambiente
social. Roma empieza a dejar atrás su política de antes de la segunda guerra
púnica, y empezará a controlar los territorios que iban conquistando, al
principio de forma indirecta, y posteriormente de forma directa. Los signos se
pueden dar por comenzados ya en la primera guerra púnica, sobre todo, cuando
convierte en provincias a las conquistas de Sicilia y Cerdeña y Córcega. Con esta política desaparecen casi todos
los tratados de amistad y alianza con los territorios conquistados, como sí
hacían cuando conquisto la península itálica. Los que han sido enemigos de
Roma, no reciben una condición de alianza, si no de sometimiento, de hegemonía.
Los factores de este motivo, no son ni los económicos, ni
políticos, sino, según Nicollet, se debió a varios factores y cambiantes en los
que entraron, razones políticas, económicas y sociales del senado, también la
implicación de los magistrados encargados de la conquista y, en menor medida,
de las asambleas populares, es decir; el propio pueblo romano, interesado en
nuevas tierras, nuevas riquezas, en definitiva, nuevos territorios.
La Segunda Guerra Macedónica (200 – 196 a.C.) y la
“liberación” de Grecia.
Un ejército romano, al mando del cónsul Sulpicio Galba,
desembarcó en Iliria en el 199 a.C., e inició las operaciones contra Filipo V.
En el 198 a.C., con el nombramiento del nuevo cónsul, Tito
Quincio Flaminino, el curso de la guerra dio un brusco giro, atrajo a la
alianza romana no sólo a la liga etolia sino a la confederación aquea y al
propio rey de Esparta, Nabis, dejando aislado a Filipo, que intentó la
negociación de paz sobre la base del statu
quo. La contrapropuesta del cónsul, obligó al rey macedonio a aceptar el
enfrentamiento armado, que se produjo en Cinoscéfalos,
en territorio de Tesalia en el 197 a.C. La victoria romana marcaría el final de
Macedonia como potencia griega. En la Paz
de Tempe, Filipo fue obligado a evacuar todas las posesiones griegas en
Asia y en Europa, reducir su capacidad militar drásticamente y pagar una fuerte
indemnización de guerra. Flaminino, proclamó solemnemente en Corinto, en la
celebración de los Juegos, en 196 a.C., la “libertad” de Grecia con la retirada
del ejército romano, libertad de impuestos macedónicos, autonomía política,
pero si un poder hegemónico de Roma, como árbitro en el mundo griego. Macedonia
quedó reducida al territorio que poseía en el reinado de Filipo II. Los
beneficiados de esta segunda guerra serán las ciudades griegas que son
liberadas del poder macedonio.
Flaminino, obligado a arbitrar conflictos seculares e
insolubles, hubo de intervenir militarmente, presionado por la liga aquea,
contra Nabis de Esparta en el 195 a.C. Esta intervención romana en un conflicto
puramente griego equivalía a dividir Grecia en dos campos, el de los aliados y
protegidos de Roma y el de los enemigos de Roma, como Nabis y los etolios.
La guerra con Antíoco III y la Paz de Apamea
La política expansiva del rey seléucida, Antíoco III,
demostró muy pronto la insuficiencia de las medidas romanas en Oriente.
Antíoco, cometió el error de pensar que el vacío político dejado por Macedonia
en el Egeo podía ser llenado por su presencia y se apoderó de un buen número de
plazas costeras macedonias y ptolemaicas.
La reacción romana, fundamentada en su estricta política de equilibrio
en Oriente, no se hizo de espera: el senado envió una embajada a Antíoco III,
que le exigió respetar la libertad de las ciudades griegas de Asia Menor; el
rey sirio, ante esto, se fortificó en Tracia. Con ello, las posiciones romanas
y sirias se fueron endureciendo hasta convertirse en una verdadera “guerra
fría”, que iba a precipitar en un conflicto armado. La liga etolia, que,
convertida en el exponente de los sentimientos anti-romanos, invitó a Antíoco
III a intervenir en Grecia como “liberador”. El monarca sirio se apresuró a
desembarcar en Grecia pero la modesta alianza sirio-etolia era bien poco frente
al poderoso bloque de estados neutrales o aliados de los romanos, incluida
Macedonia. En 191 a.C., desembarcaba en Grecia un ejército consular al mando de
Acilio Glabrión, que venció a Antíoco en las Termópilas y le forzó a abandonar
Europa.
La facción más agresiva del senado, encabezada por Escipión
“el Africano”, pretendía una victoria definitiva que exigía llevar la guerra a
Asia. Unos años antes, Aníbal, había encontrado refugio en la corte de Antíoco;
esto era un magnífico pretexto para conseguir que los comicios votaran el envío
de una expedición y confiaran su mando al clan de los Escipiones. Lucio, el
hermano del “Africano”, fue elegido cónsul y, como tal, encargado de la guerra;
el propio Publio, como legado, sería en la práctica el director de las
operaciones.
La campaña siria, con la ayuda militar prestada por Rodas y
Pérgamo, los dos principales aliados de Roma en Asia, se resolvió, a comienzos
de 189 a.C., en Magnesia de Sípilo, donde Antíoco fue vencido. La paz de
Apamea, significó la desaparición de Siria como potencia Mediterránea, obligo a
Antíoco a evacuar todas las posesiones en Asia Menor hasta el Tauro, el reino
seléucida se convirtió en un factor político de segundo orden.
Debilitado Egipto, y vencidas Siria y Macedonia, las
relaciones políticas del Oriente del Mediterráneo experimentaron un sustancial
cambio con la multiplicación de entes políticos de potencial limitado. Roma
plantó los fundamentos de su hegemonía en el mundo helenístico. A la
declaración de libertad, realizada años atrás, le sucedía ahora la intervención
directa y la regulación partidaria en beneficio de sus “aliados”: Rodas y
Pérgamo, que fueron recompensados con los jirones del reino seléucida, y la
liga aquea, en Grecia.
Oriente tras la Paz de Apamea
La política romana se vio acorralada entre el difícil
equilibrio de contentar las exigencias de los estados sobre los que había
reconstruido el nuevo equilibrio pluralista, y cumplir el papel programático de
patrono de Oriente. Roma se acostumbró al continuo peregrinaje de embajadas,
portadoras de reivindicaciones, quejas, denuncias y rumores.
La crisis política del mundo helenístico se acompañaba de
otra de carácter socio-económico. La intervención romana se inclinaba hacia la
protección de las clases acomodadas, en perjuicio de las más débiles, y
contribuyó a abrir más profundamente el abismo entre ricos y pobres. La
oposición anti-romana culpó al estado itálico de esta miseria social, y
desembocó en una explosiva mezcla de nacionalismo y reivindicaciones sociales
contra Roma. El senado cambió su curso por una política cada vez más dura y
opresiva, en la que el control indirecto será sustituido por un abierto
imperialismo de dominio directo.
Pero tras Apamea, quedaba todavía presente el problema
etolio. En concierto con Macedonia y la liga aquea, el cónsul Fulvio Nobilior
reemprendió la lucha contra la confederación. Sometida, fue obligada a pagar
una fuerte indemnización y a aceptar los mismos amigos y enemigos que el pueblo
romano. La derrota etolia sólo podía favorecer a la liga aquea, que se
convirtió en el estado más poderoso de la Grecia continental. Éstos
aprovecharon la coyuntura para incluir en su confederación a todo el
Peloponeso.
Pero el nudo del problema en Grecia seguía siendo Macedonia.
Tras la derrota de Cinoscéfalos, Filipo V había concentrado sus energías en la
recuperación interna.
La Tercera Guerra Macedónica
Tras la muerte de Filipo V, en el 179 a.C., subió al trono
macedonio su hijo Perseo. Perseo se esforzó en reafirmar el prestigio de
Macedonia en Grecia. La profunda crisis social y económica que sacudía a
Grecia, ofreció a Perseo un vasto campo de acción como campeón de las
reivindicaciones de los débiles contra las clases acomodadas. Así se convirtió
en representante de la creciente opinión anti-romana.
La desconfianza de Roma contra Perseo, sólo necesitaba ya de
un pretexto para intervenir con la fuerza. Y fue Pérgamo quien se prestó al
juego. Con estos débiles pretextos, Roma, declaró la guerra en el 171 a.C.
Las tropas con las que el estado romano inició la ofensiva
fueron fácilmente vencidas por los ejércitos de Perseo, que se apresuró a
iniciar tratos de paz. La situación llevó a otros estados, como Epiro e Iliria,
a abrazar la causa macedonia o a mantener una equívoca postura de espera de los
acontecimientos. Ni siquiera Rodas y Pérgamo pudieron sustraerse a esta
compleja situación e intentaron pasos de reconciliación entre ambos
contendientes, que el estado romano calificó de abierta traición.
En el 168 a.C., el cónsul Emilio Paulo, forzó a Perseo a la
batalla definitiva en Pidna, donde el
ejército macedónico fue aplastado.
Reorganización de Oriente tras Pidna
La victoria sobre Perseo enfrentaba al estado romano con una
nueva organización de Oriente. Pidna representa otro momento crucial de la
política exterior romana en el que el antiguo patronazgo se convierte en
intervención directa con métodos imperialistas, que conducirían a la creación
de un imperio. La guerra con Macedonia había mostrado claramente la existencia,
en el interior de los estados griegos, de una fuerte opinión anti-romana.
Las consecuencias de Pidna alcanzaron con especial dureza a
Macedonia, la monarquía fue suprimida y el reino dividido en cuatro distritos
territoriales independientes, con prohibición expresa de relacionarse entre sí.
Los estados vecinos que habían apoyado a Perseo, compartieron el mismo duro
destino: en Iliria se abolió la monarquía y el territorio fue dividido en tres
repúblicas independientes, y Epiro fue destruido y sus habitantes vendidos como
esclavos.
Tampoco Rodas y Pérgamo, los dos fieles aliados de Roma en
Asia Menor, escaparon a la brutal política de debilitamiento decidida tras
Pidna. Rodas quedó privada de sus territorios continentales en Asia Menor, y,
sobre todo, de su principal fuente de
ingresos –el comercio-, tras la decisión romana de declarar Delos como puerto
franco. En cuanto a Pérgamo, el senado intentó minar con métodos equívocos el
poder de Eumenes.
Aunque al margen de los acontecimientos, Siria también hubo
de sufrir las consecuencias del nuevo rumbo político decidido por Roma en
Oriente. En el 170 a.C., Siria se encontraba enfrentada a Egipto en una guerra,
que llevó a Antíoco III hasta las puertas de Alejandría. Ante la insistente
petición de ayuda por parte de Egipto, el senado envió a Popilio Lenas, amigo
de Antíoco, que ordenó al rey sirio abandonar inmediatamente territorio
egipcio. Antíoco, no dudó en legarse al ultimátum.
Con esta intervención, Roma, extendía sus intereses al
conjunto del mundo helenístico.
El Fin de la Independencia griega.
En Macedonia, Adrisco, supuesto hijo natural de Perseo,
consiguió ser reconocido como rey de todo el país y aglutinó en torno a su
persona el descontento nacionalista de los elementos sociales más
desfavorecidos. Sus primeros éxitos contra las fuerzas romanas enviadas para
someterlo no impidieron finalmente su derrota en Pidna en el 148 a.C. Roma decidió entonces la ocupación permanente
y, en consecuencia, Macedonia fue declarada provincia romana.
No eran mucho mejores las condiciones políticas y sociales en
Grecia. La propia incapacidad de las oligarquías pro-romanas sería el
instrumento con el que se daría fin a la historia de Grecia. La ocasión para
ello fue uno más de los muchos conflictos de fronteras en el Peloponeso. La
liga aquea, creyéndose con el apoyo romano, llevó sus armas con éxito hasta
Esparta. El gobierno romano intervino finalmente en el 147 a.C., declarando
libres de la confederación a un buen número de ciudades, entre ellas, Esparta.
La liga declaró la guerra a Esparta y el senado romano decidió la intervención
militar. El cónsul Lucio Mummio entró en Corinto, la capital federal. La
confederación fue disuelta y la ciudad, saqueada y destruida. Solo los estados
que habían luchado de lado de la confederación fueron sometidos a la autoridad del
gobernador de Macedonia.
La destrucción de Corinto tiene el valor de un punto final
en la trayectoria de política exterior romana en Oriente. Así, el patronazgo
desembocó finalmente en un abierto imperialismo.
Roma en el Mediterráneo Occidental: Fortalecimiento de las fronteras septentrionales de Italia, Conquista de Hispania y Tercer Guerra Púnica.
Paralelamente a la progresiva presencia de Roma en Oriente,
el escenario en el que se había desarrollado la segunda guerra púnica siguió
manteniendo la atención del estado romano. La guerra había puesto al
descubierto la debilidad de las fronteras septentrionales de Italia, por otro
lado, en la península Ibérica, el estado romano decidió permanecer estable en
su territorio. Además, Cartago, aún contaba como factor político y motivo de
preocupación para los políticos romanos.
La Conquista de la Galia Cisalpina
La invasión de Aníbal destruyó el precario sistema defensivo
del gigantesco arco septentrional de Italia, que se extiende entre los Alpes
Marítimos y el Adriático. En 197 a.C., se decidió una enérgica intervención en
el valle medio del Po y se inició una incipiente colonización de la región
transpadana, en torno a la actual Milán. En el bajo valle del río, la fundación
de colonias fortaleció el extremo oriental de esta frontera del norte.
El estado romano ganaba, así, una fértil llanura, la Galia Cispadana. Este avance militar
romano se había iniciado por exigencias puramente defensivas, pero pronto se
convirtió en una política consciente de expansión territorial. A la política
colonizadora oficial, siguió una emigración espontánea y numerosa. Y de ahí, la
rapidez y la extensión del proceso de romanización en este territorio.
La Conquista de Liguria
Paralelamente, se llevaron a cabo campañas militares contra las
rudas tribus ligures, que se extendían desde el Arno hasta los Alpes Marítimos.
Esta conquista era vital para Roma, que necesitaba proteger el límite
occidental de su frontera norte. La ofensiva romana logró sus primeros
resultados en el 181 a.C., unos años después fundaba en la zona colonias –como Lucca y Luna- aunque el definitivo
sometimiento solo se alcanzó gracias a los esfuerzos de pacificación de Catón.
La Conquista de la Península Ibérica
La expulsión de los cartagineses no significó el abandono de
los territorios hispanos que el estado romano había ido controlando, en parte
por la fuerza, en parte por alianzas con las tribus indígenas. El gobierno
romano, decidido a explorar los ingentes y valiosos recursos del territorio,
mantuvo en la península, tras el final de la guerra, fuerzas militares, que
pronto hubieron de enfrentarse a la resistencia indígena. Así, se inició la
conquista de Hispania, cuyas características geopolíticas obligaron a un gran
esfuerzo militar y a continuas guerras que se prolongarán casi un siglo hasta
la sofocación total de la resistencia.
Apenas unos años después de finalizar la segunda guerra
púnica, el gobierno romano, comprendió la dificultad de mantener un control
estable con el simple sistema de alianzas, y decidió incluir estos territorios
en el sistema provincial –en el 197 a.C.- con la creación de dos provincias, la
Hispania Citerior y la Hispania Ulterior, al norte y al sur,
respectivamente, del río Júcar.
Los objetivos de este sistema fueron el mantenimiento de la
paz armada en el interior de las provincias, la explotación sistemática de los
recursos del lugar y la defensa agresiva frente a las tribus limítrofes. Sólo
en el bienio de 180 – 179 a.C., la actividad militar y diplomática de Tiberio
Sempronio Graco consiguió, con un sistema de pactos, estabilizar las fronteras
provinciales en la línea de la Meseta.
Pero esta tregua pacificadora terminó fracasando por la
incapacidad de los gobernantes romanos. La consecuencia inevitable fue el
recrudecimiento de los problemas, que decidieron al gobierno romano, en el 154 a.C.,
a la intervención armada. Ahora se intentó la ocupación permanente del interior
de la meseta. Las tribus que la poblaban
–celtiberos y lusitanos- resistieron durante veinte años en una guerra
feroz.
Tras el asesinato del caudillo lusitano, Viriato, en el 139 a.C., remito la
virulencia en el frente sur, y los esfuerzos romanos pudieron concentrarse en
la lucha contra los celtíberos, en torno a su centro principal, Numancia, que logró resistir año tras
año el ataque enemigo. Finalmente, en el 134 a.C., Publio Cornelio Escipión
Emiliano, hijo del vencedor en Pidna y nieto de Escipión el “Africano”, obtuvo
el mando de Hispania y, con un ejército reclutado entre sus clientes, logró
conquistar la ciudad en el 133 a.C. Aunque todavía, hasta finales de siglo,
fueron necesarias continuas operaciones de policía para sofocar los últimos
focos de rebelión, Roma consiguió extender su dominio a la mayor parte de la
península, a excepción de la cornisa cantábrica.
La Tercera Guerra Púnica
Cartago, tras la derrota en Zama, en el 202 a.C., se había
mantenido fiel a los pactos con Roma, atenta sólo a su reconstrucción interna.
Pero la paz del 201 a.C., había incluido también a otro estado africano,
Numidia, cuyo rey, Massinisa, era un enemigo irreconciliable de Cartago. Este
estado africano era la mejor garantía de que el estado vecino, es decir;
Cartago, permanecería vigilado y sujeto a control en los márgenes de su espacio
vital. Pero Massinisa, aprovechó su condición de amigo de Roma para desarrollar
una política de agresiones contra las fronteras púnicas, resueltas de manera
partidista por el gobierno romano, y aceptadas pacientemente por la oligarquía
pacifista que gobernaba Cartago.
El fracaso de la política exterior romana, tanto en Oriente
como en Occidente, y su reconducción por el camino de la fuerza, incluyó
también, en su horizonte de sospechas y temores, al estado africano, que había
logrado resurgir pujante de sus cenizas. El pretexto para la intervención
militar lo ofreció el propio Cartago, cuando, exasperado por una nueva agresión
de Massinisa, declaró la guerra a Numidia, sin autorización romana en el 151 a.C.
Catón consiguió así convencer al senado para que declarara la guerra a su vez a
Cartago en el 140 a.C.
Conscientes de su inferioridad, los cartagineses se
apresuraron a pedir la paz y aceptar las condiciones impuestas por Roma. Pero
el senado, dispuesto a liquidar definitivamente el problema, exigió lo
inaceptable: la destrucción de la ciudad y su reconstrucción en el interior, a
no menos de quince kilómetros de la costa. Los púnicos decidieron resistir a
ultranza y se encerraron tras los muros de su ciudad, con armas y víveres.
Durante dos años, Cartago, sometida a sitio, no pudo ser
conquista, en parte por la ineptitud de las legiones; pero, finalmente, en el
147 a.C., el mando de las operaciones fue confiado a Escipión Emiliano, que
estrechó el cerco hasta el encarnizado ataque final. Cartago fue destruida y se
maldijo el suelo donde se había levantado. El gobierno romano opto por someter
el territorio de Cartago a una administración directa, convirtiendo lo en la
nueva provincia de África.
Política exterior y dinámica social
Así, con todo lo
acontecido, Roma asumió el control directo de amplias áreas del Mediterráneo y
plantó las bases de un imperio. Pero esta política no la llevo el estado romano
en abstracto, ni siquiera el senado, sino individuos concretos, movidos por
intereses personales o de grupo. Estos intereses, políticos y económicos,
surgían de las necesidades y motivaciones de la propia sociedad romana,
dinámica y compleja.
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