lunes, 24 de junio de 2013

La Crisis de la República Romana (133 – 30 a.C.)

La crisis de la república se subdivide en dos etapas:
-          Del 133 a.C. hasta la dictadura de Sila, en el 79 a.C.
-          Del 79 a.C. hasta el 31 a.C.
Estas dos etapas se diferencian en los medios que se utilizan para decidir los conflictos. En la primera etapa el enfrentamiento es protagonizado entre el senado y las asambleas. En la segunda etapa se utiliza la intervención de las legiones. Empieza aquí las etapas de guerras civiles.

La crisis revolucionaria de los Graco.

La recesión ocasionada por la guerra de Hispania y los estruendos fracasos sufridos por Roma en las campañas contra celtíberos y lusitanos pusieron al descubierto la ineficacia del instrumento que había posibilitado la expansión: el ejército.
Los problemas acumulados tenían que repercutir necesariamente en la práctica política con la aparición de nuevas y peligrosas tendencias: la pérdida del control absoluto por parte del senado y el despertar de las masas como factor político, de la mano de Tiberio Graco.
Esta época está presidida por la actividad e influencia política de Escipión Emiliano, cabeza visible de una poderosa facción senatorial.
En esta época se produce una serie de crisis y de revueltas como: la crisis de la milicia romana, provocada por la crisis de la pequeña propiedad, que ocasionaba que muchos campesinos, al perder sus tierras, dejaran de ser propietarios y por lo tanto, dejaran de ir al ejército; las revueltas serviles, que son pruebas del peligroso techo que estaba alcanzando, en el seno de la sociedad romana, la utilización masiva de esclavos como soporte de la producción económica; o la recesión económica y, por consiguiente, la crisis urbana, que aumentó la atmosfera de inseguridad y tensión en la ciudad de Roma.
Por otro lado, se produce en el ámbito de la política, la división en facciones nobiliarias y por consiguiente, una lucha política entre ellas para alcanzar el poder. Estas facciones estaban enfrentadas por intereses distintos. La pugna trascendió del seno de la nobleza y descubrió sus debilidades internas, porque estos grupos buscaron la materialización de sus metas políticas fuera del organismo senatorial, sirviéndose de la ayuda de los Tribunos de la Plebe.
Esta magistratura, perdió su carácter revolucionario y, como instancia pública, fue utilizada por el senado para aumentar su control sobre el Estado. Pero las nuevas condiciones políticas y económicas produjeron la emancipación del tribunado de la plebe, que recuperó su carácter de órgano de protección del pueblo.  Sin embargo, las luchas políticas la acabaron convirtiendo en un instrumento para el uso de una u otra facción.
Uno de los primeros en utilizar el tribunado de la plebe para alcanzar sus metas, fue el clan de Escipión Emiliano. Por otra parte, se creó un frente antiescipión, cuyo líder era Apio Claudio. Apio, en ausencia de Escipión, mientras dirigía el asedio a Numancia, consideró que era el momento oportuno para realizar una reforma agraria, y para ello la facción utilizó los servicios de Tiberio Graco, proponiéndolo en el 134 a.C. como tribuno de la plebe.

El tribunado de Tiberio Graco.

Tiberio se convirtió en el año 133 a.C. en tribuno. Su padre había sido una de las personas más relevantes en la vida política y militar de la generación anterior.  Su madre era hija de Escipión el “Africano”. Era yerno de Apio Claudio; y cuñado de Escipión Emiliano. En conclusión era una figura que pertenecía a la nobilitas.
Tiberio, asumió la tarea de presentar la ley agraria. Esta ley establecía que ningún ciudadano podría poseer más de 500 yugadas (125 hectáreas) con posibilidad de ampliación de 250 yugadas por cada hijo, sin superar las 1000 yugadas. La tierra sobrante debería ser devuelta al Estado para ser parcelada en pequeñas fincas inalienables de una extensión máxima de 30 yugadas, en la que se asentarían los ciudadanos sin tierra.
La propuesta no afectaba en absoluto a la propiedad privada, pero perjudicaba los intereses de los grandes latifundistas. El fin principal de la reforma era político-social y claramente conservador: trataba de reducir la desigualdad social, aliviar las penurias de la plebe rural, pero, sobre todo, reforzar el estrato de pequeños propietarios para aumentar las bases de reclutamiento del ejército.
La reforma contenía elementos revolucionarios. Los grupos más reaccionarios del senado se opusieron; el instrumento de combate de la reacción fue otro tribuno, Octavio, un latifundista, que, en connivencia con los grupos de poder oligárquicos, interpuso su veto.
Pero Tiberio contraatacó con un acto sin precedentes en la historia de Roma, al proponer a la asamblea que Octavio fuese depuesto. Su tesis política, se basaba en que un representante del pueblo podía ser depuesto cuando su acción era contraria a los intereses del pueblo.
Eliminado el veto tribunicio, la ley se aprobó, y fueron elegidos los tres miembros de la comisión encargada de ponerla en funcionamiento: Tiberio, Cayo y Apio Claudio.
Ejecutar una ley tan compleja requería mucho tiempo, pero, sobre todo, dinero. El senado asignó a la comisión una suma ridícula para sus trabajos, y Tiberio, emprendió un nuevo paso, contrario a la praxis política y a los intereses del senado. Tiberio propuso que el dinero del tesoro de Pérgamo fuese utilizado para la financiación de la reforma.
Un grupo de senadores, guiados por Escipión Nasica, irrumpió en la asamblea donde debía decidirse la reelección de Tiberio. El resultado, Tiberio, y muchos de sus seguidores, fueron asesinados.

Tribunado de Cayo Graco.

La comisión continúo sus trabajos con la sustitución de Tiberio por Licino Craso, cónsul en el 131 a.C.
En contra de la ley se encontraban los itálicos, es decir; los aliados, Escipión intentó convertirse, por oportunidad política, en defensor de los intereses de los aliados. La respuesta de la comisión fue proponer que los aliados se convirtieran en ciudadanos para así beneficiarse de la ley. La reacción del senado, fue expulsar a todos los aliados residentes en Roma. La ciudad latina de Fregallae decidió sublevarse. La respuesta senatorial fue fulminante: la ciudad fue destruirla.
Un primer paquetes de medidas del nuevo tribuno, trataba de introducir nuevas pautas de conducta y una mayor responsabilidad en el marco de la administración romana. La lex ab actis impedía que un magistrado destituido por el pueblo pudiera revestir cargo público; la lex de provocatione prescribía la necesidad de un decreto popular para incoar cualquier causa que entrañara la pena capital; una tercera condenaba a los senadores o magistrados que buscasen por cualquier medio la eliminación de un enemigo público. Cayo se dispuso a reemprender la línea política de su hermano. Debía renovar y modificar la lex agraria de su hermano.
Presenta proyectos de colonización para poder hacer el reparto de tierras por fuera de Italia. Continua la reforma agraria de su hermano. Hace que se reparta trigo entre la población a un precio bajo.
Cayo plantea que se le conceda la ciudadanía Romana a los itálicos, pero este proyecto no fue aprobado.
Cayo Graco acaba muerto junto con muchos de sus seguidores.

Mario y el Movimiento Popular de fines del siglo II a.C.

La aristocracia dirigente hizo todos los esfuerzos posibles para reprimir las fuerzas políticas hostiles y devolver su autoridad al senado. Los propugnadores de estos intereses fueron llamados optimates.
Pero estos optimates no encontraron una oposición compacta: los equites estaban atentos, sobre todo, a sus intereses económicos. El pueblo seguía manteniendo lazos de dependencia con los miembros de la aristocracia. Y solo personalidades aisladas de la nobleza, enfrentados a sus iguales, con el nombre de populares, pretendieron combatir por la reforma del Estado y en nombre de la causa del pueblo. Los populares utilizaron los sistemas de las alianzas familiares, de la demagogia y de la manipulación de las masas. La oligarquía recuperó momentáneamente las riendas del poder.

La cuestión de Yugurta.

La precaria restauración senatorial se vería muy pronto comprometida por el deterioro de la situación exterior, que daría un nuevo impulso a la crisis política.
El orden político establecido por el gobierno romano en África tras la destrucción de Cartago se tambaleó con la muerte de su monarca. Las desavenencias entre sus tres herederos que fueron solventadas por el senado con una división tripartita de Numidia.
Pero Yugurta, decidido a reconstruir el reino como único gobernante, preparó el asesinato y la expulsión de sus primos. Una comisión senatorial procedió a una nueva división de Numidia, pero Yugurta, hizo caso omiso de la mediación romana. La guerra era ya inevitable. Un ejército consular convenció muy pronto a Yugurta de la necesidad de solicitar la paz, pero las débiles condiciones impuestas al vencido despertaron en la opinión pública la sospecha de que el responsable de las operaciones se había dejado corromper.
La guerra se reanudo pero la ineptitud de los conductores de la misma, condujo a las fuerzas romanas a capitular.

Mario y las Guerras exteriores de fines del siglo II a.C.

Mario procedía de una familia desconocida. Inició su carrera política con el apoyo de Metelos. Con una popularidad bien cultivada entre la plebe y los soldados, logró el nombramiento de cónsul en el año 107 a.C., y la asamblea popular le asignó el mando de la guerra contra Yugurta.
Mario emprendió un paso de decisiva importancia: aceptar como voluntarios a ciudadanos romanos sin los recursos económicos mínimos para ser considerados propietarios y, en consecuencia, aptos para el servicio militar. Con este suceso fueron desapareciendo del ejército los propietarios y supuso el nacimiento del ejército profesional.
La mayoría de estos voluntarios provenía del proletariado rustico y la máxima aspiración que tenían era conseguir, tras su licenciamiento, una parcela de tierra cultivable. (Reforma de Mario ≠ lex agraria de los Graco).
Para lograr sus aspiraciones, el ejército necesitaba de su caudillo, que arrancara del Estado las disposiciones legales que posibilitaran los deseados repartos de tierra. Esto condujo a la formación de ejércitos profesionales. Los comandantes podían utilizar para sus intereses personales el potencial político de sus soldados y veteranos a través de sus votos en las asambleas ciudadanas y, también, a través de la fuerza de las armas.
La legión continuó siendo la unidad táctica, pero articulada en diez cohortes, de 600 hombres cada una. Otras innovaciones fueron la unificación y modernización del armamento, la introducción de una rígida disciplina y el sometimiento de los soldados a continuos y duros entrenamientos.
Aun así, Mario necesitó tres años más para conseguir la victoria contra Yugurta, que aguantó gracias a la alianza con su suegro, el rey Bocco de Mauretania. En el 104 a.C., Mario consiguió, por segunda vez, la magistratura consular y el mando de las tropas que deberían hacer frente a las tribus germánicas.

La coyuntura política de finales del siglo II a.C.

El movimiento popular del último quinquenio del siglo fue fruto de la descomposición del colectivo aristocrático del senado en múltiple facciones con intereses contrapuestos.
Los voluntarios de Mario, provenían de proletariado rústico y se alistaron confiando en que, al término de su servicio, podrían reincorporarse a la vida civil como propietarios agrícolas; por lo tanto, el subsidio de los veteranos era un nuevo problema para un gobierno que era incapaz de resolverlos como cuestión de Estado.
La terminación de la guerra en África imponía a Mario la preocupación por el porvenir de sus veteranos. El general hubo de apoyarse en un aliado político que estuviese dispuesto a incluir en su programa las exigencias de sus soldados, ese político fue Saturnino. La alianza resultaba satisfactoria para ambos.
Una lex Appuleia agraria proveía a cada veterano de una parcela de 100 yugadas (25 hectáreas) en territorio africano. La ley venía a sancionar el proyecto de colonización ultramarina, propuesta en su día por Cayo Graco.
Mientras Mario luchaba contra cimbrios y teutones, en Roma, la nobilitas, estrechó filas para intentar un ataque frontal contra los dirigentes populares. Intentaron expulsar del senado a Saturnino.
Mario volvió victorioso de la guerra y el general volvió a convertirse en el centro de atención para los políticos antisenatoriales por su poder personal. Mario necesitaba urgentemente de aliados efectivos para solucionar el problema de sus veteranos             –objetivo que lograría con la aprobación de una serie de leyes por parte de los populares, que autorizaba el repartimiento de tierras en la Galia, así como a la fundación de colonias en diversas provincias, en las cuales, Mario recibía el derecho de otorgar la ciudadanía romana a tres de sus colonos- y para conseguir un nuevo consulado; Mario alcanzó su sexto consulado consecutivo, aunque la aspiración última de Mario era lograr el reconocimiento de sus méritos y su integración en la nobilitas.

La época de Sila.

La clase dirigente no fue capaz de atajar la crisis de Estado ni restaurar una unidad de criterio. Esta impotencia generó una postura reaccionaria, decidida a defender los viejos privilegios contra cualquier intento innovador. Estos problemas se polarizaban en dos grandes complejos, la ya vieja cuestión de los aliados itálicos y la evolución política y social en la provincia de Asia.

La cuestión de los Aliados y la Guerra “Social”

Tras la época de los Graco, el problema aliado continuaba siendo potencialmente explosivo.
La mayoría de los aliados itálicos eran conscientes de que la adquisición de la ciudadanía romana constituía el único expediente efectivo para asegurar la igualdad de tratamiento. Las clases dirigentes aliadas consideraban la ciudadanía como un paso previo para asegurar un control sobre la política exterior romana. Pero también las restantes clases sociales itálicas veían una serie de ventajas, tanto en el campo de la milicia, como en el civil.
Desde el plano romano los puntos de vista no habían cambiado. La plebe rústica y urbana no estaba dispuesta a repartir unos privilegios que creían exclusivos y la clase política no deseaba poner en peligro el control de poder en las asambleas con un incremento del número de ciudadanos.
Hasta la mitad del decenio, buen número de itálicos, sobre todo, de las clases influyentes, lograron ser incluidos en las listas de ciudadanos, pero el problema de la emigración de itálicos a Roma, se hizo tan grave, que se aprobó una ley –la lex Licinia Mucia- que excluía de la ciudadanía romana a todos lo itálicos que la hubiesen logrado por medios fraudulentos.
La Guerra de los Aliados, también conocida como la Guerra Social (de socii, “aliados”) no se extendió a todas las comunidades itálicas. Oscos, umbros, etruscos y latinos se mantuvieron fieles a Roma, y lo mismo con las colonias del sur de Italia. El núcleo de la insurrección fue la Italia central y meridional. Los sublevados se aglutinaron en dos grupos: el llamado marso, más septentrional, extendido por Italia central, y el llamado samnita, en el sur de la península. El cuartel general de la sublevación se colocó en la ciudad de Italia.
La gran mayoría de los aliados había tomado las armas como último recurso y su potencial bélico  representaba una fuerza formidable. El estado romano reaccionó muy tarde ante la inminente guerra, aunque, de todos modos, estaba rodeada de comunidades fieles y sus recursos eran superiores a los de los sublevados.
Las operaciones comenzaron en el año 90 a.C., con continuos fracasos para las armas romanas. Los resultados negativos convencieron al gobierno romano de que solo cabía una solución política, que pasaba por la aceptación de las demandas de los aliados. Con estas concesiones, en la práctica significaban la aceptación de todos los itálicos en el cuerpo ciudadano romano. Aunque la guerra significó la igualación jurídica de todos los habitantes de Italia, el estado romano mantuvo su viejo carácter de ciudad-estado.

El Golpe de Estado de Sila.

Los problemas internos en el Estado romano, habían animado a Mitridates, rey del Ponto, a extender por Asia Menor un movimiento de resistencia antirromano para aumentar su influencia en la zona. Esta situación exigía conducir una guerra en Asia. En las elecciones consulares salieron elegidos Pompeyo Rufo y Cornelio Sila, a quien le correspondió en suerte la provincia de Asia y la guerra contra Mitridates. Pero la asamblea otorgó el mando de tal expedición a Mario. Esto dio lugar a disturbios callejeros.
La reacción de Sila, ante el decreto popular que lo relevaba del mando, constituye uno de los hitos decisivos en la historia de la república. Instó a las tropas a marchar contra Roma para defender a su general y no dejarse arrebatar por otros soldados la gloria y riquezas que aguardaban en Asia. Roma fue ocupada por el ejército de Sila.
Sila sólo tenía tiempo para asegurar su golpe con medidas de urgencia. Logró que el senado aboliera los proyectos legales de la asamblea y que Mario, y sus seguidores más destacados, fuesen declarados enemigos públicos.
Sila marchó a la guerra asegurando el respeto a las nuevas leyes por parte de los nuevos cónsules.

La Guerra contra Mitrídates.

La dinastía que reinaba en el Ponto siempre había tenido pretensiones expansionistas sobre Asia Menor.
La fragmentación política de Anatolia prometía una acción provechosa; sólo el reino de Bitinia parecía una fuerza apreciable, excluyendo la provincia romana de Asia. El senado romano, ocupado en problemas más urgentes, asistía pasivamente al fortalecimiento del Ponto.
En el año 89 a.C., Roma, pudo centrar su atención en Oriente. Una comisión senatorial exigió a Mitrídates una indemnización. La negativa del rey impulsó a Roma a exigir a los reyes de Capadocia y Bitinia que invadieran el Ponto.
La provincia de Asia era el territorio natural donde debían desarrollarse las operaciones. Mitrídates se presentó como el liberador de la provincia y se hizo dueño de la misma. El siguiente objetivo del rey era la ocupación de las islas del mar Egeo – de las cuales solo Rodas presentó resistencia- como puente para conquistar la Grecia continental. El puente se lo otorgó Atenas. Sila desembarcó en Grecia, y decidió un ataque directo a Atenas, de cuya batalla Sila salió vencedor.
El senado romano, decidió enviar tropas, para avanzar en la guerra y controlar el poder de Sila, pero las tropas senatoriales fueron pasándose al bando de Sila.
Sila aprovechó astutamente las victorias de las tropas consulares para forzar al rey del Ponto a una capitulación. El vencido rey aceptó retirarse de los territorios ocupados, devolver los prisioneros, entregar parte de la flota y pagar una indemnización.

 La Guerra Civil.

La evolución de los acontecimientos obligó al gobierno romano a plantearse la cuestión de la defensa de Italia. Sila, por su parte, preparaba el retorno con una activa campaña de propaganda, con al que se atrajo a un buen sector del senado. Algunos senadores, incluso, reunieron tropas para ponerlas al servicio del general, tal es el caso de Craso y Pompeyo.
En el año 83 a.C., Sila desembarcó al frente de un ejército de veteranos absolutamente leales, y no tardó en barrer la resistencia. Italia se preparaba para sufrir los horrores de una guerra civil.
Sila continuó su avance victorioso hacia el norte y, en el año 82 a.C., tuvo lugar la batalla definitiva, cerca de la ciudad de Roma. Sila era ahora el dueño del Estado.

La Dictadura de Sila (82 a.C. - 72 a.C.)

Cuando Sila entró en Roma, la ciudad no tenía un gobierno. Sila creyó necesario recurrir a una magistratura extraordinaria, que estaba en desuso desde hacía mucho tiempo, la dictadura, aunque sin limitaciones en el tiempo ni en las prerrogativas –se denomina Dictadura Constituyente, por sus amplios poderes-. Sila decidió respetar las instituciones tradicionales y permitió que los comicios eligieran a los correspondientes cónsules, aunque entre  sus candidatos.
El largo periodo de guerra civil, convenció al dictador de que sólo la liquidación física del enemigo serviría para restablecer la estabilidad.
Cuando es dictador, lo primero que hace es eliminar a sus contrincantes, utilizando las proscripciones, que son listas oficiales de los enemigos públicos del estado. Se confiscaban los bienes y sus descendientes no podían realizar carrera política y podían ser asesinados sin juicio ni condena previa.
Llevará a cabo reformas en el estado para evitar que ningún otro político haga lo que ha hecho él, tomar el poder por la fuerza entrando con los militares en roma y acumulación de poder sin límite de tiempo. El senado, es ampliado a 600 eliminando a los que no son afines a él. Elimina la censura, y es él quien propone y crea la lista senatorial. Reforzará las magistraturas y aumentará su número. Los cuestores serán aumentados a 90, que pasan a formar parte del senado.
Va a evitar que se utilice el tribunado de la plebe, eliminando competencias, como el derecho a veto, la aprobación de las leyes tiene que pasar antes por el senado. Elimina el tribunado de la plebe del corsus honorum. La composición de los tribunales, pasa a ser otra vez controlado por los senadores. Para evitar la acumulación de los poderes en cualquier político por la prórroga de mandatos, realizara otro corsus honorum. Establece la edad mínima y el intervalo temporal entre una magistratura y otra. Por ejemplo para la pretura la edad mínima es de 40 años y 43 para ser cónsul. Establece que entre el consulado tiene que pasar un mínimo de 10 años para poder ser reelegido cónsul. Y en esta línea, organizara las provincias. Los pretores son ampliados a 8, y exige que los pretores y cónsules realicen su mandato en Roma, y después como procónsules o propretores van al año siguiente al gobierno de las provincias. No podrán pasar con el ejército el límite de la provincia. Realizará una colonización militar. Sila asentará en tierras confiscadas a ciudadanos no partidarios de Sila, no las lleva fuera de Italia, por las confiscaciones realizadas.
En el año 79 a.C. deja sus poderes y se retira a la vida privada.

La Era de Pompeyo.

La muerte del dictador abre un período de treinta años, que contemplan la transformación del régimen republicano aristocrático en una autocracia militar. Este período es conocido como la “última generación de la República”.
El senado creado por Sila había nacido ya debilitado; y este débil colectivo hubo de enfrentarse a los muchos ataques que recibió por parte de los jóvenes políticos ambiciosos de tendencias populares; y, por otro lado, a las masas de ciudadanos que se veían afectados por graves problemas sociales y económicos. A estos ataques vinieron a sumarse los graves problemas de política exterior, precariamente resueltos durante la dictadura de Sila. El gobierno hubo de buscar una ayuda efectiva para hacer frente a estos ataques, y la encontró en la figura de Cneo Pompeyo.
Pompeyo, era hijo de Pompeyo Estrabón, y había heredado la fortuna y las clientelas personales que su padre puso a disposición de Sila. Con un ejército privado, Pompeyo, participó en la guerra civil y en la represión de los elementos antisilanos. Sila premió sus servicios con el sobrenombre de “Magno” y el título de imperator.

La rebelión de Lépido.

El cónsul Emilio Lépido, había incluido en su programa político las principales reivindicaciones de los individuos y grupos excluidos por el sistema. La agitación del cónsul encontró eco en Etruria. El senado dio órdenes de aplastar el levantamiento, pero Lépido se unió a los sublevados. Las fuerzas del otro cónsul, Catulo, resultaban insuficientes para hacer frente a la rebelión, por eso, el senado, decidió adscribirle a Pompeyo como lugarteniente. Catulo y Pompeyo, derrotaron a Lépido, pero no pudieron impedir que una parte del ejército vencido huyera a Hispania, a apoyar a otro sublevado, Quinto Sertorio.

La Guerra en Hispania de Sertorio.

Quinto Sertorio, lugarteniente de Mario, se había hecho con el gobierno de la Hispania Citerior en el año 83 a.C., pero, en el 81 a.C., fue expulsado de la provincia por las tropas del nuevo gobernador enviado por Sila. Sertorio logró regresar a Hispania con un pequeño ejército de exiliados romanos y se instaló en Lusitania. Con contingentes lusitanos, formó un estimable ejército y se abrió camino en el interior de la meseta.
Ante esta situación, el senado volvió a recurrir a Pompeyo, que fue enviado a Hispania con un imperium proconsular para someter la sublevación. La conjunción de Pompeyo y Metelo, permitió reconquistar la costa oriental y, a partir del año 74 a.C., el asalto al núcleo de resistencia de Sertorio, Celtiberia.
Pompeyo permaneció aún unos meses en la península, sometió los últimos focos de resistencia indígena y llevó a cabo una reorganización de la administración, con medidas que extendieron su prestigio y poder personal. Pompeyo dejaba cimentado su poder y la extensión de su influencia en la península ibérica.

La revuelta servil de Espartaco.

Durante la ausencia de Pompeyo, el gobierno senatorial se había visto enfrentado a un buen número de dificultades, entre ellas, la reanudación de la guerra en Oriente contra Mitrídates del Ponto, y una nueva rebelión de esclavos en Italia.
En el año 73 a.C., un complot de fuga de un  grupo de gladiadores, que, dirigidos por Espartaco, consiguieron su propósito y se atrincheraron en las laderas del Vesubio. El cuerpo del ejército enviado por el senado fue derrotado. Al movimiento se sumaron otros gladiadores y grupos de esclavos. Las míseras condiciones de vida de la población servil empujaron hacia Espartaco a decenas de miles de seguidores.
El gobierno de Roma, envió contra Espartaco a los cónsules. El ejército servil logró derrotar a los dos magistrados. En Roma, se tomaron medidas extraordinarias: un ejército compuesto por ocho legiones fue puesto a las órdenes del pretor Licino Craso[1].
En la conducción de la guerra, Craso, prefirió no arriesgarse. El pretor ordenó aislar a los rebeldes en el extremo sur de Italia, mediante la construcción de un gigantesco foso, para vencerlos por hambre. El ejército servil fue vencido, y el propio Espartaco murió en la batalla; pero un destacamento de 5.000 esclavos consiguió escapar hasta Etruria, a tiempo para que Pompeyo, pudiera participar en la masacre y robar a Craso el mérito exclusivo de haber deshecho la rebelión.

El Consulado de Pompeyo y Craso.

Estos años contemplan la creciente influencia de ciertas personalidades individuales, con poder para aglutinar facciones propias e imponer con ellas s influencia sobre el Estado.
Pompeyo y Craso eran los hombres más fuertes en este momento, y aunque se tuvieran un odio mutuo, la alianza era beneficiosa para ambos. Pompeyo y Craso, eliminaron las trabas legales que se oponían a sus respectivas candidaturas y consiguieron conjuntamente el consulado en el año 70 a.C.
Las reformas introducidas durante el consulado dieron nuevas dimensiones a la actividad política en Roma. Se restituyó las tradicionales competencias del tribunado de la plebe. Se solucionó definitivamente el problema de la composición de los tribunales, desde ahora, los jueces serían escogidos a partes iguales entre senadores y caballeros. Se revitalizó también la función de los censores y se suprimieron sesenta y cuatro senadores, ya sea por razones de deudas o por razones de sobornos.
Pompeyo logrará aumentar, en los años siguientes, su influencia sobre el Estado.

La guerra mitridática de Pompeyo y la reorganización de Oriente.

Sila había sacrificado los intereses romanos en Oriente a la afirmación de su poder sobre el Estado. Así, en el año 82 a.C., da comienzo la segunda guerra mitridática, que, a duras penas, tiene como resultado una paz, más ficticia que real.
Entre los años 74 a.C. y 64 a.C., se desarrolla la tercera guerra mitridática. Mitrídates ocupó la Bitinia. La guerra fue un fracaso para las tropas romanas. Los agentes de Pompeyo, aprovecharon esta situación para sacar beneficios personales. Así, en el año 66 a.C., se encargaba a Pompeyo la dirección de la guerra, con la oposición de la mayoría del senado, pero con el apoyo de jóvenes senadores, como Julio César y Cicerón.
Pompeyo logró aislar al enemigo de cualquier ayuda del exterior. Ante esta situación, el rey del Ponto, manifestó su disposición a pactar, pero Pompeyo no le dejó más alternativa que la batalla.
Una vez conseguida la victoria, Pompeyo, se creyó en la necesidad de reorganizar el Oriente, anexionando los últimos jirones del imperio seléucida, convirtiéndolos en la provincia romana de Siria (64 a.C.). La frontera meridional de la nueva provincia obligó a Pompeyo a prestar atención al estado judío. También unió parte del reino del Ponto al reino de Bitinia. Y, el interior de la península y los territorios limítrofes con el imperio parto, fueron encomendados a reyes clientes de Roma.
Concluida la guerra, Pompeyo, con un ejército fiel y numerosas clientelas adquiridas, se disponía a regresar a Roma como el hombre más poderoso del imperio.

La política romana en la década de los 60.

Mientras, en la urbe, se había ido formando una tercera fuerza en torno a Marco Licinio Craso.
Craso buscaba crearse, aprovechando la ausencia de Pompeyo, una posición clave de poder en el Estado. Entre las ambiciones de los grandes líderes, jóvenes políticos, opuestos al senado, se encontraba Cayo Julio César.
César era un aristócrata de una rancia familia patricia, pero ligado por lazos familiares a Mario, vio abortada su carrera política por el golpe de estado de Sila. César se convirtió en un ferviente partidario de los ataques contra el régimen silano.
Craso revistió la censura y utilizó abiertamente su poder para crearse una posición de poder con proyectos como la concesión de la ciudadanía romana a todos los habitantes de la Galia transpadana o el intento de ser nombrado magistrado extraordinario para transformar el reino de Egipto en provincia. En estos proyectos, ambos fracasados, estaba detrás César.
Fue en estos momentos cuando Cicerón llega al consulado. Cicerón pertenecía a una familia ecuestre de la burguesía municipal. Consiguió que se le abrieran del senado. Su obsesión por integrarse en el senado y ser reconocido como miembro de la nobilitas le decidió a convertirse en el candidato principal de la alta cámara para las elecciones consulares del 63 a.C. Con los ilimitado recursos de su oratoria logró vencer  su oponente, Catilina, y ser elegido cónsul, con Antonio un amigo de Craso y César, como colega.
Cicerón dirigió el gobierno de acuerdo con las mejores tradiciones republicanas, y enfrentado a las maquinaciones de la oposición antisenatorial. El punto culminante del consulado se lo iba a ofrecer Catilina, con un intento de golpe de estado. El plan del golpe de estado de Catilina era lo suficientemente descabellado para que Craso, tras conocerlo, lo denunciara secretamente a Cicerón. El senado decretó el senatus consultum ultimum, que daba plenos poderes a  los cónsules para proteger el Estado. Catilina logró huir a Etruria.
Esta revuelta, dio al senado un falso sentimiento de fuerza y cohesión. Pompeyo nunca pensó en enfrentarse o cambiar un régimen en el que pretendía integrarse como primera figura. Su idea dominante era ejercer un “patronato” sobre el Estado, y ser reconocido como princeps.
Pompeyo decidió reintegrarse al juego político, a través de una cooperación con la nobilitas, para conseguir sus dos inmediatas aspiraciones: la ratificación de las medidas políticas tomadas en Oriente y la asignación de tierras cultivables para sus veteranos. Pero, Pompeyo, había calibrado mal sus cartas políticas y la factio dirigida por Catón, no le dejaba otra alternativa que el retorno a la vía popular. Desgraciadamente para Pompeyo, los populares activos en Roma se agrupaban en las filas de su enemigo Craso.
A mediados del año 60 a.C., Julio César regresaba a Roma para presentarse a las elecciones consulares. Pero su trayectoria política, popular y de abierta oposición al senado, le hacían esperar una feroz resistencia de los optimates a su candidatura.
Por diferentes motivos, tres político –César, Pompeyo y Craso- veían peligrar sus ambiciones por la actitud del senado. Dos de ellos, Pompeyo y Craso, estaban enemistados; entre ambos, César, debía cumplir el papel de mediador. Esto se conoce como el “Primer Triunvirato”. Pompeyo contaba con el apoyo de sus veteranos; Craso, con su influencia en el senado y en los caballeros y, sobre todo, por el potencial de su fortuna; César, podía utilizar el poder que le otorgaría la magistratura consular.
El pacto era estrictamente político y con fines inmediatos. Para conseguirlos, era necesario que César alcanzase el consulado. Y así ocurrió, junto con un optimate, Marco Calpurnio Bílbulo.

El consulado de César.

César será el primer cónsul que utilice la magistratura para una amplia actividad legislativa, apoyada en la asamblea popular, en contra de la voluntad del senado.
En primer lugar, era necesario atender a los compromisos de la alianza con Pompeyo y Craso.
Para subrayar la impotencia del otro cónsul, Bílbulo, se retiró el resto del año a su mansión privada. Irónicamente, el 59 a.C., se conoce como el año del consulado de Julio y César.
César trato de fortalecer sus lazos con Pompeyo a través de una alianza matrimonial. Pompeyo desposó a Julia, hija de César.
Una de las actividades más importantes desarrolladas por César en la época de su consulado, fue la conquista de la Galia

La Guerra Civil y la Monarquía de César.

El tribunado de Clodio.

Antes de que césar partiera para la Galia, los “triunviros” consideraron necesario asegurarse de un eventual contragolpe senatorial y para ello utilizaron los servicios de un radical tribuno de la plebe: Publio Clodio.
Pompeyo fue el más afectado por esta nueva constelación política, obligado a permanecer en Roma, su prestigio e influencia disminuía en el senado. Más si cabe, si Clodio, instigado por Craso, deterioraba su imagen pública.
Pompeyo tratara de acercarse a Cicerón, para recuperar su perdida posición en el senado, mientras Clodio, se echaba en brazos de los optimates, declarándose dispuesto a invalidar las disposiciones legislativas de César. Ante la necesidad  urgente de apoyos, César dio su beneplácito para que Pompeyo hiciese regresar a Cicerón del exilio.
La cámara otorgó a Pompeyo un poder proconsular. El encargo, a espaldas de César, enfrió las relaciones con Pompeyo, mientras Craso se presentaba a colaborar con la facción senatorial que no aceptaba este cargo.

Los acuerdos de Lucca.

César cumplirá de papel mediador para superar los malentendidos entre Pompeyo y Craso, y se reunirán en la ciudad de Lucca.
Pompeyo y Craso debían investir conjuntamente el consulado del año 55 a.C. y, a su término, obtener el imperium proconsular sobre las provincias de Hispania y Siria, respectivamente.
Tras finalizar el período de magistratura, Craso marchó a Siria; Pompeyo, por su parte, prefirió permanecer en Roma, cerca de las fuentes legales del poder, y gobernar Hispania mediante sus legados.

La crisis institucional después de Lucca.

El pacto quedaría en entredicho por una serie de imponderables. El primero, fue la muerte de Julia, hija de César y unida en matrimonio con Pompeyo. El distanciamiento se hizo aún más evidente con el nuevo matrimonio de Pompeyo con la hija de uno de los mayores enemigos de César, Metelo Escipión. Pero, el motivo más importante del distanciamiento, fue la muerte de Craso. Todas estas situaciones y acontecimientos pusieron a Pompeyo en una difícil situación.
Mientras tanto, se estaba produciendo en Roma un caos político que derivó en disturbios urbanos. El senado decretó el estado de excepción y dio poderes a Pompeyo, en su calidad de procónsul, para reclutar tropas en Italia con las que restablecer el orden. Pompeyo era propuesto, poco después, como único cónsul (cónsul sine collega). Ante esta situación, Pompeyo se incluyó en los círculos optimates, y se dispuso a superar la crisis de Estado. Las medidas que tomó Pompeyo, perjudicaban directamente a César.
Esta situación iba a conducir a la guerra civil.
César invirtió gigantescos medios de corrupción para logar el apoyo de los cónsules y, sobre todo, del tribuno de la plebe Curión.
El senado decretó que César licenciase a su ejército en un día determinado, so pena de ser declarado enemigo público. El veto de dos tribunos de la plebe elevó la tensión al máximo. Finalmente, el senado decretó el senatus consultum ultimum y otorgó a Pompeyo y demás magistrados poderes ilimitados para la protección del Estado. César contaba ahora con un pretexto legal para justificar su marcha sobre Italia: los optimates habían violado los derechos tribunicios y atentado contra la libertad del pueblo. César desencadenó la guerra civil a cruzar con sus tropas el río Rubicón, que marcaba la frontera entre la Galia Cisalpina e Italia.

La Guerra Civil.

La decisión de César tenía a su favor el factor sorpresa. Pompeyo, en cambio, basaba su estrategia en el abandono de Italia. Su propósito era trasladar la guerra a Oriente como había hecho Sila. Pompeyo, seguido de los dos cónsules y de un gran número de senadores, embarcó con sus tropas rumbo a la costa de Epiro, sin que César llegara a tiempo para impedirlo.
César, se detuvo unos días en Roma, donde se apoderó de los ingentes recursos del tesoro público y distribuyó los mandos y los objetivos.
A finales del año 49 a.C., regresaba César a Roma, donde intentó afirmar su posición política. Nombrado dictador, puso en marcha legalmente el mecanismo de las elecciones, en las que él mismo fue elegido cónsul.

La Dictadura de César.

La conquista del poder por la fuerza de las armas enfrentaba a César con la difícil tarea de reordenar el Estado. César mantuvo la vigencia de las instituciones republicanas, pero acomodándolas arbitrariamente a su servicio. Preocupado sólo por afirmar su posición no se planteó buscar una alternativa al régimen senatorial para conseguir una estabilidad política. Se planteó el dilema entre la restauración de la república oligárquica o el gobierno totalitario. Cuando se hizo evidente que César aspiraba a crear una posición monocrática, solo quedo el recurso de su asesinato.

Legislación de César en su Dictadura.

Sus medidas sociales trataron de garantizar la posición social y económica de los estratos pudientes. Esta política llevaría a César al aislamiento.
De estas medidas sociales, la más fecunda y, también, la más original fue su política de colonización y concesión del derecho de ciudadanía.
La fundación de colonias en las provincias, además de proporcionar tierras de cultivo a miles de ciudadanos, sirvió para extender la romanización en amplios territorios y uniformar las primitivas sociedades incluidas bajo el dominio de Roma.
Las medidas políticas de César tuvieron un alcance mucho menor que las sociales. Reorganizó el senado, aumentando su número de 600 a 900 senadores, al tiempo que restringía drásticamente las competencias de la cámara para convertirla en un órgano vacío de poder. Las asambleas, apenas mantuvieron sus aspectos formales, utilizadas por el dictador a su voluntad. En cambio, las magistraturas pudieron obrar con casi independencia. Finalmente, hay que mencionar, su reforma del calendario, que, con leves retoques en el siglo XVI, aún perdura.
El 15 de marzo del 44 a.C., César era asesinado en el senado por un grupo de conjurados.

Roma tras la muerte de César: Cesarianos y anticesariano o republicanos.

La muerte de César sólo significaba la vuelta al caduco régimen senatorial, frente a la necesidad de un nuevo orden social, necesitado de profundos cambios. La aristocracia senatorial era incapaz de adoptar una línea eficaz ante su división y su falta de poder real.
Los asesinos de César, comprobaron de inmediato no sólo que les faltaban apoyos, sino que el tiranicidio comprometía sus propias vidas. Marco Antonio tomó en sus manos las riendas de la situación y se apoderó de las disposiciones de César convocando una reunión del senado.
Mientras las tropas cesarianas, dirigidas por Marco Emilio Lépido, eran alejadas de Roma, el senado y Antonio llegaron a una solución de compromiso: amnistía general para los conjurados y confirmación de las disposiciones de César. Pero la indignación general que estalló cuando se conocieron las generosas disposiciones del dictador en favor de la plebe, obligó a los asesinos a huir de la ciudad, a pesar de la amnistía.
Cayo Octavio estaba ligado por vía materna a la gens Julia; era sobrino-nieto del dictador. César había mostrado una fuerte inclinación por el joven, hasta el punto de nombrar hijo adoptivo y heredero.
Antonio no supo reaccionar políticamente ante el nuevo factor. Octavio, para convertirse en el heredero de César, necesitaba dinero y tropas pero también un contrapeso político a la autoridad de Antonio. El contrapeso lo encontró en la figura de Cicerón.
Se orquestó así una eficaz propaganda contra Marco Antonio. Cicerón lograba empujar a Marco Antonio a una acción precipitada y errónea: atacar Módena a Décimo Bruto. Marco Antonio parió de Roma con sus tropas. El senado confió a Octavio el rango senatorial y, con los dos cónsules, el mando del ejército que salió al encuentro de Marco Antonio. La llamada guerra de Módena acabó con victoria de las fuerzas del senado, pero los dos cónsules murieron en la lucha. Marco Antonio escapó para buscar en la Galia la alianza de Lépido.
El senado se sintió ahora fuerte, mientras la posición de Octavio se debilitó. Cuando el senado rechazó su pretensión de ser investido cónsul, el joven Octavio no tuvo reparo en marchar contra Roma al frente de su ejército y forzar su elección.
Octavio consiguió por ley que se reconociera su adopción, transformándose en Cayo Julio César Octaviano, y que se declarase enemigos públicos a los asesinos de su padre adoptivo.

Liquidación de la República.

Lépido fue el encargado de mediar en la alianza entre Marco Antonio y Octaviano. Formándose así el “Segundo Triunvirato”. El triunvirato significaba colocar a sus titulares durante cinco años por encima de todas las magistraturas, así como un reparto de las provincias.
Pero antes que nada, era necesario liquidar a los enemigos políticos en Roma y se desató el horror de las proscripciones, entre las que hay que contar la muerte de Cicerón.

Marco Antonio frente a Octaviano.

Antonio y octaviano acordaron remodelar los objetivos y las provincias a espaldas del tercer triunviro, Lépido. Se decidió que Marco Antonio permaneciera en Oriente y Octaviano regresaría a Italia.
La tarea de Octaviano era difícil y arriesgada, pero también, prometía enormes ventajas. Si con las expropiaciones corría el riesgo de atraerse el odio de la población de Italia, el asentamiento de 60.000 veteranos le proporcionaba una plataforma de poder real absolutamente segura. Cuando Marco Antonio se dio cuenta de su error era demasiado tarde. Marco Antonio se trasladó a Italia y estuvo a punto de producirse un choque de fuerzas.
Se llegó finalmente a un acuerdo: Octaviano recibió las provincias occidentales y Marco Antonio, las orientales; Lépido hubo de conformarse con África. Por lo tanto, Octaviano era ahora el dueño de Occidente.
Antonio había recibido el encargo de regular las cuestiones de Oriente, y, en el año 36 a.C., con los recursos de Egipto, proyectó la campaña contra los partos, que hubo de ser abandonada, al no poder contar con los soldados que Octaviano le había prometido en los acuerdos de Tarento.
Antonio repudió a su mujer, Octavia, la hermana de su colega, y se concentró en el gobierno de Oriente, con Egipto como núcleo y fundamento de un edificio político nuevo. Marco Antonio, mantenía un doble papel equívoco: como magistrado, representaba los intereses romanos en Oriente; como esposo de la reina de Egipto, Cleopatra, asumía el carácter de soberano helenístico divinizado.
El sistema contenía puntos débiles suficientes para ser convertido por Octaviano y su camarilla en objeto de una gigantesca campaña de propaganda con un único objetivo: eliminar a Marco Antonio.
Los ataques contra Antonio generaron en Roma un ambiente de guerra civil, que Octaviano trató de convertir en cruzada nacional. Antonio fue convertido en instrumento en manos de una reina extranjera, la egipcia enemiga de Roma, que utilizaba la debilidad de un romano para destruir el Estado; la guerra, así, no sería de romanos contra romanos, sino una cruzada de liberación nacional.
El partido de Octaviano consiguió que Italia se uniera en un solemne juramento de obediencia a Octaviano como comandante militar para la guerra contra Cleopatra.
Era el momento de declarar la guerra a Cleopatra; Octaviano atravesó el Adriático con su ejército al encuentro de su rival. La batalla se dio en Accio, en septiembre del 31 a.C. En una total confusión, mientras el ejército de tierra capitulaba, Marco Antonio ordenó seguir a las naves de Cleopatra, que, abandonando el combate, huyó hacia Egipto. Los dos pondrían allí fin a su vida.


[1] Miembro de la vieja aristocracia senatorial, muy joven, había abrazado la causa de Sila. Las proscripciones le enriquecieron extraordinariamente y utilizó esta fortuna para fines políticos. 

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