lunes, 24 de junio de 2013

El marco socio-económico europeo en el siglo XVII (1600-1715)

Las sociedades de la Edad Moderna eran predominantemente agrarias. La alimentación se basaba en el pan, por lo que las zonas de Europa que se dedicaban al cultivo de cereales, como Castilla, eran las zonas que más riquezas producían. En las zonas húmedas como el Danubio, Irlanda o Galicia, se cultivaba maíz. La patata también era muy conocida, pero no se generaliza hasta el siglo XVIII.
En la mayoría de los países, el campo ocupaba el 70-80% de la mano de obra. En la Europa occidental la tierra era trabajada por los campesinos libres, cuyos impuestos, rentas y diezmos constituían el grueso de los ingresos del Estado, de la nobleza y de la Iglesia.
Estos pagos se efectuaban en especie, más que en dinero, y abastecían los mercados de alimentos. Los campesinos conservaban la mayor parte de lo que les quedaba para las necesidades de su casa, aunque también había agricultores ricos que contrataban mano de obra y producían para el mercado, los cuales eran más abundantes en los Países Bajos, Inglaterra y el norte de Francia.
En la Europa oriental la mayoría de los campesinos eran siervos obligados a prestar servicios personales en pago de la renta de la tierra a los propietarios. Este sistema era practicado al este del Elba en el siglo XVI, pero en el XVII se extendió a la mayor parte de la Europa oriental.

La agricultura en la Europa occidental

La crisis se manifiesta en la agricultura por el hecho de que la mayor parte de los países producían lo mismo, o menos, en 1600 y en 1700.
Dos países (Inglaterra a lo largo de la centuria y Holanda hasta 1650) mejoraron su agricultura y consiguieron grandes tasas de crecimiento económico.
En casi todos los países de Europa occidental crecieron la agricultura y la población entre 1500 y 1590. Entre 1590 y 1650 se desencadenó la crisis. En Castilla la crisis comenzó por las malas cosechas y las epidemias de peste de la década de 1590.
La disminución del producto agrícola fue consecuencia de la caída de la productividad campesina, desencadenada por las crisis de subsistencia y de mortalidad.
Las epidemias causaban la muerte de gran número de trabajadores. La escasez de mano de obra elevó los salarios. La crisis empobreció a los campesinos, muchos de ellos se arruinaron y tuvieron que vender sus tierras a los nobles o a los rentistas. No obstante, la mayor carga que pesaba sobre los campesinos no se debía a la crisis, sino al aumento de los impuestos.
En Castilla, la carga real de los impuestos disminuyó entre 1530 y 1570, cuando la economía estaba creciendo, pero se triplicó entre 1570 y 1600, cuando la población y la economía se estancaron antes de desplomarse. Los impuestos no dejaron de crecer en el siglo XVII, particularmente en las décadas de 1630 a 1680.
El mecanismo por el que los campesinos perdieron sus tierras es bien conocido: las malas cosechas liquidaban los excedentes.
Mientras caían sus ingresos, aumentaban sus gastos, pues se veían obligados a comprar comida a precios inflados y a pagar impuestos en metálico. Se endeudaban con la fianza de la tierra y finalmente la tierra pasaba a manos de sus acreedores.
La preocupación de la agricultura era producir cereal con unos sistemas que obligaban a dejar entre un tercio y la mitad de la tierra en barbecho, al tiempo que la productividad era de 4 ó 5 granos recogidos por unidad de semilla.
La baja productividad podía mejorarse mediante dos procedimientos:
·         En primer lugar, adoptando nuevas rotaciones con cultivos de forraje que nitrogenaran el suelo y alimentaran grandes rebaños.
·         En segundo lugar, mediante una labranza convertible, donde la tierra se transformase fácilmente de arable en pastos y al revés.
Ambos sistemas erradicaban el barbecho y aumentaban el rendimiento de los cereales, pero dependían de criar más ganado. Por lo tanto se introdujeron cuando los precios de mercado favorecieron los productos ganaderos sobre los cerealistas.
Durante el siglo XVI la agricultura del norte de Italia y de los Países Bajos estuvo dominada por mercados urbanos que generaron una gran demanda. Desde 1580 hasta 1670 las economías urbanas del norte de Italia y de los Países Bajos entraron en recesión. Así se detuvo el desarrollo agrícola relacionado con la demanda urbana.
A partir de 1650 el hundimiento de los precios de los cereales y la subida de los productos ganaderos hizo que en Inglaterra y en el norte de Francia la pérdida de tierras por los campesinos condujese a la creación de grandes fincas orientadas a la agricultura de mercado.
En Inglaterra la producción agrícola creció más de prisa que la población y a partir de 1700 este país sustituyó a Europa oriental como el mayor exportador de cereales en los mercados internacionales.
La propiedad de la tierra estaba dominada en Inglaterra por la gentry, terratenientes que vivían en el campo y tenían estrechos vínculos con los agricultores que eran sus arrendatarios.
En otros países los terratenientes residían en las ciudades, tenían pocos vínculos sociales con el campo y no se preocupaban de las técnicas agrícolas.
En los Países Bajos, donde la agricultura estaba organizada sobre bases capitalistas, cuando la agricultura dejó de ser rentable, los terratenientes, que eran una burguesía urbana, vendieron las tierras y trasladaron el capital a inmuebles urbanos y bonos del Estado.

La agricultura en la Europa central y oriental

En el siglo XVI las economías y sociedades agrarias del este de Europa se alejaron de las occidentales.
Los terratenientes occidentales aumentaron los ingresos subiendo las rentas a sus arrendatarios, mientras que los terratenientes orientales no pudieron hacer lo mismo porque la baja densidad de población generaba rentas bajas.
Por eso en Polonia y en el este de Alemania los terratenientes hubieron de convertirse en productores directos, cultivando las haciendas con siervos.
Es decir que las altas rentas se extraían de los campesinos en forma de prestaciones laborales forzosas. Hasta finales del siglo XVI la carga que recaía sobre la servidumbre no era tan excesiva que socavara la economía campesina, después se hizo insoportable.
Los estados respaldaron los poderes cada vez mayores de los terratenientes o fueron demasiado débiles para oponerse. La productividad del sistema agrícola decayó en el siglo XVII.
El trabajo obligatorio se realizaba de mala gana y los campesinos procuraban que la fuerza de tiro y el estiércol de sus animales se utilizara en las tierras propias y no en las haciendas de los terratenientes.

La industria y el comercio en el siglo XVII

Aunque la agricultura era la actividad predominante en la economía europea, las manufacturas también tenían un gran peso económico y se realizaban tanto en la ciudad como en el campo. No obstante, el comercio y la industria se mantuvieron en crisis hasta 1650 como mínimo.
La crisis tuvo su mayor impacto en Francia, Alemania, la Europa central y mediterránea. En Inglaterra y en los Países Bajos la expansión comercial quedó menos interrumpida, lo que dio lugar a un desplazamiento de las principales zonas comerciales y manufactureras de Europa occidental.
La crisis se agravó por la guerra de los Treinta Años que provocó masivas devaluaciones de moneda e interrupciones en los mercados de Alemania y del centro de Europa. Cayó la población, la producción y los ingresos agrícolas, al tiempo que aumentaron los impuestos para financiar los gastos militares.
Hubo también una contracción mundial. Las importaciones de plata procedentes de América descendieron desde la década de 1630 hasta la de 1650.
El comercio europeo con Asia se estancó entre 1620 y 1650, período en que las transacciones se interrumpieron debido a los ataques de ingleses y holandeses contra el monopolio portugués en el comercio asiático.
Las industrias urbanas europeas se hundieron en el siglo XVII porque la producción se trasladó al campo, donde los campesinos conjugaban la manufactura con la agricultura, integrando la artesanía rural tradicional en la producción para el mercado.
La industria rural tenía dos ventajas: los salarios eran más bajos en el campo que en las ciudades y no estaba sometida a la disciplina de los gremios que encarecía los costes e impedía los cambios.
Los capitalistas urbanos organizaron la protoindustria, proporcionando materias primas y comercializando los productos acabados en los mercados interiores y exteriores.
Las principales innovaciones se llevaron a cabo en Europa noroccidental. En los Países Bajos, la cabeza industrial de Europa, la producción lanera se concentraba en Leiden, que en 1650 era en centro textil más importante de Europa y la segunda ciudad holandesa, después de Ámsterdam.
En Leiden los textiles no los producían artesanos agremiados, sino mercaderes-capitalistas que encargaban el trabajo a braceros dependientes. En Inglaterra la industria rural dominaba la producción textil a finales del siglo XVI, mucho antes de que ocurriera este fenómeno en otras partes. Sin embargo la industria textil inglesa combinaba elementos rurales y urbanos. Muchas veces se hacía el hilado en el campo, pero el tejido y el acabado se hacían en las ciudades.
A partir de 1650 el estancamiento o la disminución de la población comenzaron a hacer subir los salarios en todos los países, al tiempo que los precios de los textiles cayeron notablemente.
En los Países Bajos los salarios subieron entre un tercio y la mitad desde 1650 hasta 1700. Los mayores costes laborales, junto con la escalada de los impuestos, debilitó la dinámica de las economías urbanas. En contraste los salarios bajos fueron probablemente la principal causa de la expansión de la protoindustria.
Las ideas proteccionistas estaban plenamente desarrolladas en el siglo XVI, pero fue a partir de 1650 cuando los gobiernos las aplicaron de forma más sistemática.
Para reducir las importaciones de manufacturas se imponían fuertes aranceles: una política concebida para fortalecer la industria autóctona mediante la eliminación de la competencia extranjera, para conseguir una balanza de pagos favorable. Se trataba de aumentar las entradas de metales preciosos e incrementar los ingresos del Estado maximizando el número de transacciones comerciales imponibles.

La organización social

Las sociedades de la Edad Moderna eran sociedades estamentales, corporativas, desiguales y discriminatorias, basadas en el reconocimiento de innumerables privilegios, en las que las relaciones clientelares y de patronazgo tenían una suma importancia.
Era una sociedad discriminatoria constitucionalmente. Siempre suele haber en las constituciones liberales contemporáneas algún artículo que diga algo del tipo: "todos los españoles son iguales ante la ley". Sin embargo, en el siglo XVII y la Edad Moderna, por lo general, se parte de la idea de que en la que se decía que a cada persona hay que darle un trato diferente.   
Excepto unas pocas repúblicas, la mayoría de los sistemas políticos eran monarquías absolutas en las que el rey se consideraba a si mismo representante de Dios en la tierra.
En el siglo XVII se producían ascensos, pero normalmente con mucha dificultad, a lo largo de mucho tiempo y con un recorrido corto. El dinero facilitaba el ascenso social, pero por sí mismo no lo garantizaba. En la época de crisis fue más fácil descender que ascender (especialmente campesinos que han perdido tierras y han perdido la categoría de propietario).
Muchos gobiernos permitieron que las ventas de oficios y títulos se convertían en un elemento de movilidad social. Francia fue el ejemplo más espectacular del impacto social de la venalidad de oficios. Los cargos no eran atractivos sólo por los poderes e ingresos que reportaban a quienes los desempeñaban, sino por ser un medio para promover estrategias familiares orientadas al ascenso social.
La nobleza suponía entre al 1 y el 3% de la población de Francia e Inglaterra, algo más en los territorios germánicos, un 5% en España y un 8% en Polonia.
Los campesinos constituían la mayor parte de la población europea, entre el 70 y el 90%, según las regiones. No obstante no constituían un grupo social homogéneo.
Había labradores ricos propietarios de bastante tierra (especialmente en las regiones con innovaciones agrícolas como los Países Bajos e Inglaterra), pasando por los pequeños arrendatarios y los pequeños propietarios, hasta los jornaleros sin tierra. Las ciudades más prósperas de Europa fueron capitales políticas que se beneficiaban de los efectos colaterales del crecimiento del Estado o bien puertos marítimos.
Todos los países europeos legislaron contra "vagos y maleantes". La Europa protestante fue contraria a las limosnas particulares porque entendían

La estructura política

Llama la atención la escasez de funcionarios profesionales y la fragilidad de la administración. Esto era posible gracias a la tendencia a la delegación de la autoridad.
La nobleza y la iglesia tenían amplias responsabilidades de gobierno, las ciudades eran corporaciones con facultades de autogobierno, los gremios controlaban buena parte de la vida económica.
A la altura del siglo XVII la toma de decisiones municipales se había desplazado de las asambleas generales a grupos oligárquicos que llegaron a monopolizar los poderes municipales.
La política no se ocupaba normalmente de los principios de gobierno, pues había consenso sobre ellos. Se ocupaba del mecenazgo, del acceso a la propiedad, de los cargos y privilegios que proporcionaban a grupos e individuos ventajas sobre sus rivales.
Dentro del sistema funcionaban facciones. Los cortesanos de éxito controlaban redes clientelares, a través de las cuales controlaban los poderes inferiores.
A partir de 1660 el modelo político por excelencia fue la Francia de Luis XIV, en el que todas las decisiones estaban centralizadas en la persona del rey y cuya autoridad se extendía por todo el reino.
Versalles pasó a ser la sede del gobierno a partir de 1680 y la máquina militar de Luis XIV era la más poderosa de Europa.
Algunas zonas de Europa no siguieron el camino del absolutismo.
En Inglaterra la revolución parlamentaria de 1688 acabó con las pretensiones absolutistas de los Estuardo.
La República de Holanda se las ingenió para desempeñar un papel clave en los asuntos europeos sin tener un gobierno central fuerte.
La Unión se basaba en la soberanía de las siete provincias gobernadas por las corporaciones de las diez y siete ciudades. Su economía se basaba en el mercado y no en los valores de los terratenientes aristócratas.
Polonia era la monarquía electiva más importante de Europa. La nobleza dominaba la toma de decisiones.

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