La arqueología ha sido vista
popularmente como una disciplina sin utilidad aparente y sin vinculación con la
utilidad práctica. Esta concepción como enajenación intelectual con respecto al
mundo presente carece de cualquier tipo de argumentación racional.
La arqueología ha sido, y es, un
componente ideológico utilizado con distintos fines según los intereses
particulares, como la vinculación de la
arqueología con las clases dominantes de cada territorio. En este sentido, el
nacionalismo se vinculó desde sus
inicios a la arqueología, cuando fue empleada para justificar teorías racistas
como es el caso del alemán Kossina, en 1912; mientras que, actualmente, es
empleada como medio de búsqueda de identidades nacionales propias.
Las prácticas coloniales también
dejaron su impronta en los restos arqueológicos de los territorios
colonizados, dando como resultado el
saqueo de los restos materiales encontrados para engrosar las colecciones
anticuarias. Actualmente, es considerada como práctica colonialista el hecho de
que sean las potencias de primer orden las que están mejor valoradas a la hora
de realizar investigaciones en países cuyas capacidades económicas son más
limitadas, mientras el fenómeno inverso es considerado imposible y absurdo.
Paralelamente se da el caso de la imposición de las teorías establecidas por
los investigadores de las potencias económicas. Como reacción han surgido
tendencias entre los posprocesualistas cuyo interés está más orientado a la
defensa de las particularidades específicas de estos lugares “colonizados” y a
la renovación de las teorías que ya no son seguidas en occidente para favorecer
este desarrollo de las investigaciones locales.
Otro fenómeno es la llamada
arqueología marginal, cuyas reivindicaciones tienen por objetivo la posibilidad
de disfrutar de los restos arqueológicos por parte de la población para
satisfacer los deseos de colectivos como los aficionados a la arqueología o los
aprensivos de las religiones antiguas y las teorías acerca de los alienígenas.
El conflicto se inició con las negativas
de las instituciones académicas a ceder sus materiales a estos colectivos cuya
cualificación para trabajar con esos restos no está demostrada. Estos colectivos han logrado cierto
reconocimiento en los últimos años, de forma que se les autoriza a acceder a
determinados monumentos.
Por último, destaca la
importancia que está adquiriendo las nuevas concepciones acerca de la mujer en
los yacimientos arqueológicos. Esta nueva arqueología del género pretende el
reconocimiento de la mujer dentro de las construcciones sociales. El ámbito de
trabajo en que se centra la arqueología de género abarca un espectro dentro del
cual figura el cambio en las expresiones
del lenguaje para evitar las referencias constantes a la figura masculina y
cambiarlas por términos que incluyan a ambos sexos. Otro aspecto es la búsqueda
y estudio de las diferencias de género y el papel de la mujer en cada sociedad.
Junto a esto, se sitúa las posturas que
cuestionan la total objetividad de ciertas teorías elaboradas por
investigadores masculinos, puesto que no toman en consideración las distintas
interpretaciones que pueden tener investigadores de género femenino dadas las
distintas construcciones cognitivas que tienen ambos géneros.
Por
último, a modo de conclusión, se hace evidente la vinculación de la arqueología
con la realidad social que la rodea. En origen, la arqueología era una
actividad lúdica que satisfacía la curiosidad de la aristocracia europea. Esta
concepción cambió tras el ascenso de la burguesía, cuya necesidad de un mercado
unificado y protegido le llevó a emplear la arqueología como forma de
construcción y legitimación de un marco nacional. Finalmente, el autor muestra
su propia visión de la arqueología y las necesidades que debe solucionar.
Manifestando su rechazo a las concepciones positivistas que, buscando una
supuesta objetividad, se olvidan de la realidad social, de modo que favorecen a
la legitimación del sistema vigente. Así mismo, muestra su rechazo a las
concepciones funcionalistas y evolucionistas que plantean una falsa estabilidad
en las relaciones sociales y los valores morales e ideológicos. Por ello,
explica que el libro tiene como objetivo potenciar las teorías con una visión
crítica. Para él, la arqueología debe
ser un medio para construir y cambiar la sociedad del lado de los
desfavorecidos. Para finalizar, realiza
una crítica al sistema universitario actual como institución destinada a servir
a los intereses económicos más que para difundir los conocimientos esenciales
para una conciencia crítica. En este sentido, hace un llamamiento final a la
conciencia de los profesores universitarios para que abandonen sus costumbres
individualistas y competitivas por el prestigio y la carrera institucional, de
forma que cesen en su empeño por cumplir determinados requisitos
burocráticos perjudiciales para la
calidad intelectual.
6. Conclusiones.
La arqueología es una ciencia que
ha sufrido una larga variación a lo largo de la historia. El concepto de
arqueología es muy diverso, sin consenso entre los investigadores. La
arqueología no fue ajena a las discusiones filosóficas y políticas del siglo
XIX y XX. De la mano de la discusión general sobre la ciencia, sufre cambios
que la bifurcan en dos corrientes principales que serían, por un lado, las que
piensan en la objetividad de los datos, y por otro lado, las que consideran
subjetivos y parciales las informaciones con lo que se debería volcar en el
cambio social.
La arqueología es una ciencia como
tal, pero al tratar ámbitos de estudio interdisciplinares se complementan con
el resto de ciencias, tanto sociales como naturales.
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