domingo, 8 de abril de 2012

El pensamiento medieval



En la Europa medieval, la corriente de pensamiento imperante era la escolástica, que centraba sus esfuerzos en el estudio de la relación entre la fe y la razón, la demostración de la existencia de Dios, y el problema de los universales[1].
La escolástica fue perdiendo prestigio a partir del siglo XIV por el abuso de la dialéctica y la excesiva abstracción de su pensamiento. Guillermo de Ockham (1285 – 1349) cambió el curso de la escolástica rompiendo la armonía entre la razón y la fe defendida por le tomismo[2] y potenciando el nominalismo[3]. Todos estos conocimientos eran transmitidos principalmente por los clérigos quienes, por poseer el monopolio de la enseñanza, eran los únicos letrados. El latín era la lengua común que servía como vehículo para la ciencia y el pensamiento, mientras que en las obras literarias se generalizó el uso de la lengua común[4]. En un principio, estas enseñanzas se impartían especialmente a partir del siglo XI en las escuelas monásticas y las escuelas episcopales y, más tarde, en las universidades. Mucha importancia tuvieron para la cultura en el siglo VI dos italianos laicos: Boecio y Casiodoro. Boecio, encerrado por Teodorico, se dedico a traducir obras filosóficas griegas al latín. Casiodoro por su parte, tras hacerse monje, fue quien propuso estructurar la educación latina en el trívium (primer ciclo: gramática, retórica y dialéctica) y el cuadrivium (segundo ciclo: aritmética, geometría, astronomía y música). Esta estructura se mantuvo durante toda la Edad Media.
Los métodos didácticos, que se basan siempre en el estudio de los modelos antiguos, lecturas y comentarios de textos, se refinan gracias al empleo de la dialéctica[5].


[1] Los universales hacen referencia a los entes abstractos y generales y se contraponen a los particulares, que son entidades concretas y singulares. Por ejemplo, en la frase “la Toscana es una región de Italia”, “Toscana” e “Italia” serían particulares y “región” universal. El problema de los universales consiste en considerar a los particulares más, menos o diferentemente reales a los universales.
[2] El tomismo es una escuela filosófica que surgió en el siglo XIII a partir de la obra de Tomás de Aquino. Tomás unifica en cierta medida las verdades aristotélicas y neoplatónicas con los textos de las Sagradas Escrituras, creando una nueva filosofía Teológica. El tomismo considera la fe y la razón diferentes, pero no contradictorias.
[3] El nominalismo es una escuela filosófica que tiene como máximo representante a Guillermo de Ockham, quien es denominado por Duns Scoto como “el mayor nominalista que jamás vivió”. La escuela nominalista niega la existencia de los universales (ver nota 1) oponiéndose así a la escuela universalista. Ockham  incapacitaba a la razón para resolver las verdades de la fe, desacreditando el racionalismo pero sin saber que de esta manera creaba las condiciones óptimas para que la razón acabara por separarse de la teología.
[4] Se considera que los primeros usos de  la lengua castellana primitiva en la literatura se encuentran en los romances, fragmentos de textos breves introducidos en las jarchas, que son a su vez la parte final de las moaxajas, poemas cultos árabes que tuvieron su momento de mayor esplendor en Al-Ándalus durante los siglos IX y XII y fueron descubiertas por el hebraísta Samuel Miklos Stern en 1948.
[5] La enseñanza se compone en varias fases: lectura (lectio), que da la explicación gramatical y literal de un texto y su contenido doctrinal; discusión, que se centra en las dificultades del texto o de la doctrina (questio et disputatio) y se organiza como un sistema de argumentación “pro y contra”, para acabar con la fijación de la doctrina definitiva por el maestro, que resuelve las contradicciones (determinatio). Los resultados a los que se llega se expresan mediante “sentencias” que versan sobre temas de moral y de tecnología, sobre las cuales se elaboran manuales -siendo el más conocido el de Pedro Lombardo- que están organizados según un orden lógico: se trata, pues, de una “suma”. [M. Balard, de los bárbaros al Renacimiento, ed. Akal, 1983]

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